El atraco

Fonso
Acababan de abrir en Caja Madrid cuando entraron dos individuos con muy mala pinta diciendo que esto era un atraco. Soy una señora capaz de hacer frente a un ratón, lo sé, pero estos doa no eran unos ratoncillos cualquiera, sino dos ratas de puerto de mar, capaces de liarse a tiros con nosotros al menor movimiento.
El más decidido saltó por encima del mostrador y empezó a rebuscar por los cajones, mientras el otro –al que le temblaba la pistola– se puso a bajar las persianas y correr las cortinas.
En esos momentos entró un señor con muleta que me preguntó por la ventanilla para cobrar la pensión. Yo le sugerí bajito que se dejara de pensiones y de hacer preguntas, y le quise hacer ver que había dos atracadores que nos estaban robando a punta de pistola.
Al tenérselo que repetir cada vez más fuerte, porque aquel señor, además de corto de vista, era duro de oídos, el atracador nervioso le dijo que se callara de una vez o le pegaba un tiro en la cabeza.
Como una mujer conserva su instinto de protección mientras viva, como se me estaba haciendo tarde para llevar al nieto a la guardería, y como aquellas no eran formas de tratar a la gente mayor, les amenacé -sacando fuerzas de donde no las había- conque o se largaban ahora mismo con lo mucho o lo poco que hubieran arramblado o me ponía a gritar como una loca.
No sé si fue por mi amenaza o porque la cosa no les había ido del todo mal o porque había otro señor con la misma pinta que el primero y que no acertaba con el picaporte para entrar –seríamos demasiados viejos juntos, sin nada que perder–, el caso fue que en un visto y no visto se montaron en un coche que les esperaba con el motor en marcha y salieron pitando con dirección a Fuenlabrada.
Al momento apareció la policía nacional, que después de intentar tranquilizar al director y al cajero, que estaban muy nerviosos, me pidieron (por parecerles la mas entera) que les contara todo lo que había pasado.
Yo les contesté que el tema era muy largo de explicar, que tenía mucha prisa, y que mejor sería que le preguntaran al señor de la garrota, que había estado a mi lado.
Por la noche, cuando vino mi hijo Demetrio del trabajo, le conté lo ocurrido y le pedí, por favor, que diera la orden para que nos cobraran los recibos de la comunidad por el banco, porque la señora Valentina, viuda del señor Gregorio y madre suya, no pensaba ir a una Caja de Ahorros durante los pocos o muchos telediarios que le quedaran de vida, amen.

No hay comentarios: