Alfonso en urgencias

Adredista 2
Alfonso Gálvez Sánchez ha visto cumplidos sus sueños de viajar a Orihuela, sólo que no ha sido en su silla eléctrica, como una vez le dijo a su tío José, ni en tren con su maleta vieja de madera, ni a caballo y con las alforjas al viento, sino con los pies por delante en un coche funerario…
Pero antes de este viaje, ¿definitivo?, Alfonso hizo varias escapadas desde la residencia, que fueron cortadas a tiempo con medidas más o menos agresivas por parte de los médicos del Servicio de Urgencias del Hospital Severo Ochoa de Leganés.
–Le llamo del Hospital Severo Ochoa. ¿Es usted familiar de Alfonso Gálvez?
–…Bueno… No… Un tío, que se interesa por él, vive en Alicante y está muy delicado… Pero… Me ha autorizado a que hable con ustedes.
–Entonces… ¡Haga el favor de presentarse en el servicio de urgencias, que tenemos que hablar con usted!
Esta llamada por parte de los médicos del hospital se fue haciendo rutinaria. Sobre todo, durante el primer semestre de este año dos mil diez. Pero el caso es que Alfonso, contra todo pronóstico, salía adelante de sus crisis una y otra y otra vez.
Una de las veces –después de explicarme una doctora que estaba muy malito: la cara hinchada, la bolsa del drenaje con poca orina y color sangre, las vías ocupadas por la botella de suero y las bolsitas de plástico con medicamentos, el cuerpo retorcido, la cabeza como un trapo, los ojos cerrados– se me ocurrió leerle, con mis labios pegados a su oído derecho, el capítulo de las uvas, sobre quién engaña a quién, de los dos tramposos más celebrados de nuestra literatura… Y os aseguro que su sonrisa llamó la atención de la misma médica que momentos antes daba muy poco por su vida, y de todas las enfermeras.

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