Inadaptado

Fonso
A Ramón García no le entraba en la cabeza ese dicho de Unas veces se gana y otras se pierde. Desde muy pequeño él había sido educado para salirse con la suya.
Bien es verdad que Ramón no tuvo toda la culpa. Sus progenitores se separaron cuando el niño tenía tres años, de forma que se pasaba temporadas en casa de su padre, que no debía de pasarle ni una pero que se las pasaba, temporadas en casa de la madre, que se las consentía todas, y temporadas con los abuelos, que se las pasaban o no, según marcharan las cosas con los hijos.
Cada cual rivalizaba con los otros para hacerle a Ramón la vida lo más cómoda posible, así que pocas veces recibía un no como respuesta. En las estanterías de su habitación se amontonaban juguetes sin estrenar y no había parque de atracciones que el niño no hubiera visitado o deberes en los que no le echaran las dos manos, o las cuatro.
Su carácter violento, poco acomodaticio a cualquier norma disciplinaria y siempre dispuesto a crear problemas, hizo que siempre fuera aprobando de milagro y por los pelos la EGB, bien es verdad que los padres se gastaban mucho dinero en clases particulares y que los profesores le aprobaban mayormente para quitarse al niño de encima.
No ocurría lo mismo en el Instituto, donde los profesores desde el primer momento le tomaron la medida. A esto Ramón no estaba acostumbrado. Tuvo varias llamadas al orden antes de que el tutor le aconsejara a la madre –su padre hacía tiempo que había tirado la toalla- que intentara colocarle de lo que fuera en cualquier sitio.
Tras varios intentos, no hubo manera que Ramón echara raíces en ninguna empresa. Con dieciocho años se le podía ver perdiendo el tiempo y fumando y bebiendo en una bodega del barrio con no muy buena reputación. Se rumoreaba incluso que andaba jugueteando con la droga para financiarse sus caprichos, que no son pocos.
Ahora está en la cárcel y no está a gusto, pero no pudo evitarlo. Está a la espera de juicio por haber dejado malherido a uno de su misma cuerda. Se comenta que fue por capricho, por hacerle sombra en el trapicheo, como si no hubiera mercancía o clientes para todos en el barrio.

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