Cansino

José Luis
El Ole me pone de los nervios: cada vez que entra una chica en el vestíbulo de la residencia –ya conocéis mi manía de colocarme con mi silla estratégicamente en las esquinas más transitadas, lo cual no es porque sí– el Ole se abalanza, que él puede mover su silla y yo no, y le dice cualquier cosa.
Lo primero que consigue arrancar de ella es un beso, pero ahí no queda el encuentro. Si la chica no quiere un café, le ofrece un cigarrillo, y si no quiere nada, es Olegario quien se ofrece a acompañarla. Y si tampoco esta táctica surte efecto, ya ha llegado otra achica con la que enrollarse. Y yo sin chuparme un colín, allí, mirando desde la esquina como siempre.
El Ole es insaciable, se pasa todas las mañanas tirándose al cuello de todas las tías que entran por la puerta.
–Olegario, deja pasar alguna, que a mí también me pica.
Esto de no comernos ni un colín nos hace verdaderos obsesos. Pero a él le consuela llegar el primero. A mí, ni eso.
–Vamos a tener que ir a la universidad para engordar el ojo y tranquilizarnos un poco –le comento al Ole en los ratos que nos ponemos filosóficos porque no hay visitas.

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