Sentada del 27 de enero de 2011

LA PRINCESA JADIMA
Carmen
En un lejano emirato de la zona árabe, cuando aún el petróleo no era la causa de los tantos males que ahora conocemos, vivía la princesa Jadima, recién casada con Omar, el más bello e inteligente de sus pretendientes. Ahora mismo, más que heredar al emir, el padre de Jadima, lo que más deseaban los dos era tener hijos.
–Cuando seamos emires, las niñas y los niños irán juntos a las mismas aulas y aprenderán los mismos temas –le decía Jadima a su marido.
Y Omar estaba de acuerdo.
Todo iba de maravilla para la pareja. Recién ayer las comadronas le habían dado la buena nueva a Jadima.
–Para la primavera tendrás un hijo o una hija.
Pero la felicidad es muy corta y traidora. Jadima enfermó muy grave. De repente, sus ojos y sus piernas fueron haciéndose más débiles y ya casi no podía moverse y no veía nada.
Los mejores médicos del reino no daban con su extraño mal, en pleno embarazo. La princesa lloraba todo el día. Quería morirse, no podía soportar la idea de que su vientre fracasase. Se sentía una carga para todos, sobre todo para su amado Omar.
Omar estaba cada día de peor humor, pero no hacía nada y la trataba con poco cariño. Se sentía frustrado por su mal destino.
Quien no podía conformarse con tan mala fortuna era el hermano de la princesa, Jamir, al que un tigre había arrancado el brazo derecho siendo niño y que, con la esforzada ayuda de su hermana Jadima, había conseguido aprender a pelear.
–Perfílate, esconde el tronco, más rápido –le gritaba la hermana cuando cruzaban sus espadas en la palestra.
Jamir aprendió tanto con su hermana que muy pronto no hubo nadie en el emirato que pudiera vencerle en la esgrima. Con el tiempo, se acostumbró a usar una prótesis para su brazo derecho, que disimulaba su identidad.
Recorrió el emirato y los reinos vecinos, consultó con los médicos más eminentes y con los más sabios alquimistas. Nadie se atrevía a proponer un remedio para su hermana. Hablaban de un mal desconocido y de remedios imposibles.
Un día, desesperado, Jamir llegó hasta los dominios de la hechicera Bendira, que le aconsejó una locura:
–Vete a buscar a Zahir, el pájaro azul, él conoce todos los secretos. Habita en la roca más escarpada del acantilado. Pero no te entretengas, pues Zahir migrará hacia el norte al final del invierno y no volverá hasta después de otro verano.
Jamir emprendió el camino hasta el mar. Casi se cae escalando con su única mano el acantilado, pero al fin consiguió alcanzar la roca más escarpada. Allí estaba Zahir, un enorme buitre, de presencia aterradora y plumas azules.
–¿Qué quieres, bribón? ¿Por qué te atreves a interrumpir mi siesta?
Jamir se asustó por el enorme vozarrón del pajarraco y estuvo a punto de volver a caerse del acantilado. Pero al fin pudo explicarse:
–¡Oh!, disculpa, Señor de los Saberes, es asunto de vida o muerte. Mi hermana se muere desesperada y yo me muero si no consigo salvarla. Quiero saber si conoces el remedio. Si me ayudas, te daré lo que me pidas.
–Ah, la generosidad de los poderosos, como se ve que la riqueza no os cuesta nada. No, gracias, no necesito tus favores, es mejor que migre con un poco de hambre.
–¿Pero me ayudarás?
–Sí, debes ir al jardín de Hadyla. Él es malo y es tu hermanastro, pero tú no le sabías. Él odia a tu padre porque os prefirió a tu hermana y a ti. Es tan malo que el emir tuvo que desterrarlo y vive no muy lejos de aquí. Tiene un jardín de plantas medicinales y quiere hacerse rico comerciando con ellas. Que no averigüe quién eres. Si lo sospecha, no te dará nada e intentará matarte. Ten buen ojo.
–Oh, gracias, gran Zahir.
De inmediato emprendió la marcha. Llegó al jardín de las plantas medicinales y el malvado Hadyla lo vio enseguida.
–¿Cómo te atreves a pisar mi jardín, arrogante bribón?
–Oh, gran señor, es un asunto de vida o muerte: un familiar mío, muy querido por mí, está grave. Te daré 100 onzas de oro si me ayudas. ¿Cuál es la planta que lo curará?
–¿Es hombre o mujer?
–Es mi hermana –confesó Jamir asustado.
–El cactus dorado la salvará, pero tú no lo puedes pagar, bribón. He luchado mucho para conseguir esto. Su precio es de 500 onzas. Yo me hice a mí mismo y he luchado mucho para tener esto, pero no son 500, que sean 1000 onzas de oro.
–No tengo aquí esa cantidad, pero prometo volver en cuanto cure a mi hermana y te pagaré el doble de lo que me pides, me sobran las riquezas, yo lo que quiero es curarla.
–No te lo daré. Yo lo que quiero es hacerme rico.
–Me pedías 500 onzas, eso sí te lo puedo dar.
–Que sean 4000 onzas.
Pero derrotado por la prisa y por la pena, Jamir amenaza al fin:
–Responderás ante el emir de la muerte de su hija.
–Ah, maldito, entonces tú eres mi hermanastro, bribón.
–Lo soy. Y no marcharé de aquí sin un poco de esa planta.
–En guardia, pues.
Lucharon con furia y Jamir estuvo a punto de morir varias veces durante el largo combate. Pero de pronto se oyó un gran trueno y el pájaro azul, el Señor de los Saberes apareció y le dijo a Jamir:
–Toma esta capa, me la dio la maga Bendira. Te hará invisible y le podrás derrotar.
–Estoy agotado –suspiró Jamir, a punto de desfallecer.
–Bebe de este agua de las violetas, ello te dará fuerzas –dijo el ave, ofreciéndole el búcaro.
La pelea siguió muy dura, hasta que Hadyla se desmayó por fin.
–No quiero que muera –dijo el manco–, hablaré con mi padre y le diré que Hadyla salvó a su hija para que lo perdone.
–Aléjate cuanto antes de aquí –dijo el pajarraco–. Coge dos esquejes del cactus para plantarlos en tu reino, uno en tu jardín y otro en el jardín de tu hermana, y una rama de tres años para tratar a la enferma. Frotas su cuerpo con el cactus, calentado al vapor, y ella sanará con paciencia.
–Pero estoy muy cansado –se quejó el manco–, casi no puedo cabalgar.
–No te rindas, Jamir, voy a intentar llevarte: sube como puedas a mi cola, que yo volaré hasta tu casa si no me fallan las fuerzas.
Volvieron al reino, pero hicieron las últimas leguas a duras penas, pues el pájaro iba perdiendo las plumas.
Llegados al fin a palacio, el buitre se explicó:
–Soy el médico Handrijá. Tu hermano Hadyla me embrujó para que no descubriera los secretos de su jardín, que yo cuidaba. Sólo podía recuperar mi forma cuando alguien lo venciera en lucha cuerpo a cuerpo. Pero dejemos de hablar y vayamos a ver a tu hermana.
Y así fue como el médico Handrijá, con el cactus que había conseguido su hermano Jamir, preparó el remedio que frotó en el cuerpo de la princesa Jadima.
Y todos volvieron a ser felices porque la princesa se curó y las familias se unieron otra vez.

6 comentarios:

Paco Guzmán dijo...

muy hermoso cuento Carmen, enhorabuena. Deberías haber mandado al príncipe Omar al jardín del destierro por cenizo y por no hacer nada por su mujer. Un fuerte abrazo, Paco.

Anónimo dijo...

Sí, es una delicia de cuento.

Y estoy de acuerdo con Paco, al príncipe habría que largarlo, menudo tipo!

Saludos.

Marga

Anónimo dijo...

gracias a montones eesta inspirado en mi mamy
muy malita de lavista y padre no hizo mucho por ella por desgracia la magia no funciona cuando la necesitamos algunas veces

Anónimo dijo...

Qué cosa más hermosa de cuento. Carmen, la magia sí funciona, lo que pasa es que cura a los vivos, sólo a los vivos, y existe en cuentos como este para curar a los que creen el ellos. No se cura la princesa Jadima en tu cuento, se curan todos los que lo leemos y todos los que lo leerán, esa es su magia. ¿Qué necesidad te impulsó a escribirlo? Porque yo creo que tembién tú te has curado de algo con este cuento.
Un beso
Pablito

Anónimo dijo...

Acabo de leer el relato de la Princesa Jadima y me he quedado enormemente impresionada: tenías tú razón, estoy segura de que Zerezade hubiera sido muy feliz conociendo y contando este cuento...
Me encantaría que se lo dijeras a la autora, magnífica narradora de delicado y estimulante lenguaje...
Ha sido un gozo devorar sus líneas...
Me creía inmersa en "La mil y una noches"...
Muchas gracias, Carmen Soria, por este mágico regalo.
Teresa

Nubes-y-claros dijo...

Creo en la fuerza de la magia por que provoca ilusión y esperanza,

¿que te inspiro este bello cuento?

Un abrazo