La silla era la prota

Laura y adredista 2
Trabajaba yo en la sección de quirófanos de Cruz Roja. El doctor Ley observó mis andares y con sólo con eso me diagnosticó el síndrome desmielinizante.
Me quedé cortada, ¿qué significará “desmielinizante”?
¡Dame valor, Dios mío, para afrontar lo que eso conlleve! No pensaba en otra cosa durante aquellos primeros días, pero ya me acostumbré, aquel inesperado diagnóstico acompaña toda mi vida desde entonces.
Desde hace 25 años la silla de ruedas se ha convertido en mi guía inseparable durante todos los momentos del día. Nos llevamos bien, aunque, como suele pasar entre amigas, ya hemos tenido algún episodio más bien desagradable.
Recuerdo ahora uno de los primeros. Fue en primavera y había llovido suavemente. Decidí salir sola a la calle para comprar unos medicamentos en la farmacia más cercana a mi casa.
Todo iba bien, hasta que me puse a cruzar un paso de cebra. Yo siempre miro el tráfico, había algunos coches parados junto a un semáforo lejano y decidí cambiarme de acera. Justo en la mitad de la calle -no me explico cómo- me caí de la silla y, claro está, organicé un gran follón.
Algunos peatones corrieron a ayudarme levantando la voz, pero los que más gritaban eran los que intentaban parar el tráfico con voces y gestos. Yo estaba aturdida en medio de tanto barullo y no era capaz de levantarme sola. Un señor desconocido y fortachón me colocó en la silla y me empujó por fin hasta la acera.
Allí continuaba el alboroto de la gente. Hacían todo tipo de comentarios, que yo escuchaba algo más tranquila. Por fortuna no me había pasado nada, sólo el golpe y el susto, ya estaba totalmente repuesta.
Me hacía gracia el razonamiento de una mujer pequeña, que con su potente voz le echaba a la silla toda la culpa. La dejé discutiendo con otro peatón, que también había observado la caída, y seguí mi camino, que no me gusta ser el centro de atención.
Sin embargo, esta vez parece que era la silla la protagonista, y me gustó menos todavía.

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