Rosario

Victor y adredista 0
Rosario es algo mayor que Macarena y por eso mi hermana le tiene mucha fe y mucho respeto. Iban a la escuela juntas y son amigas desde siempre. Sus hijos también van juntos al instituto, tienen la misma edad. Rosario está casada con un conductor de autobuses urbanos, Antonio, que trabaja en Badajoz. Entre que tiene turnos, que va y viene, que le gusta el bar y ver el fútbol con los amigos, Antonio no está nunca en casa. Es de lo que más se queja Rosario cuando habla con mi hermana.
–Qué suerte tienes, hija, a ti el marido nunca te hace feos –comenta Rosario cuando está muy cabreada con Antonio.
–A mí no me hace nada, ya te vale –le contesta mi hermana, para bajar la tensión de la amiga, que Macarena nunca se ha emparejado y vive más sola que las liebres en enero.
Cuando Rosario no viene por casa, mi hermana y yo vamos a verla algunas tardes.
–Ay, qué cabeza tengo –nos recibe ella–, se me olvidó lavar el uniforme de Antonio y mañana no tiene ropa limpia.
–Qué se la lave él, le tienes muy mal acostumbrado –contesta mi hermana.
–Sí, ya, pero es que tengo muy mala memoria.
A Rosario se le olvidan demasiadas cosas. La última, comprar los reyes a su hijo. Se lo dijo a mi hermana y entre las dos acordaron repartir los reyes de mi sobrino entre los dos críos, que le habían traído demasiadas cosas.
–Tienes que cuidarte eso de la mala memoria –aconsejó por fin mi hermana.
Y Rosario se explica:
–Si es que tengo demasiadas preocupaciones, en la residencia hago de todo –ella trabaja en una resi del pueblo con viejos–, llevo la casa, me encargo del niño, tengo que vigilar al marido, que nunca está salvo para dormir y darme guerra, siempre tengo la cabeza en otra parte.
En fin, que cuando volvamos a verla mañana se le habrá olvidado, a lo mejor, buscar a su marido. Y tendrá toda la cabeza para ocuparse de sí misma, o sea, de sus cosas, y no de los caprichos del zángano.

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