Padres e hijos

Carmen
El padre de Laura tomó cartas en el asunto. Su hija no podía continuar a la deriva o naufragaría su vida.
–Laura, hija, ¿qué te pasa? Nos estamos gastando un dinero para que apruebes, pero no das ni golpe. Saca por lo menos los cursos, que no haces nada. ¿Ves tu hermana Yoli? Es más pequeña y saca sobresalientes, y lo hace sin profesor de apoyo ni nada. Siempre andas en las nubes, Laura.
–Papá, las ecuaciones no hay quien las coja, son un rollo. El estudio no es para mí. Lo que yo quiero es montar a caballo.
–Lo justo, justo lo que tú necesitas es ir a pintarla por ahí, a un picadero. Saca el curso y termina la ESO. Si no quieres seguir, te pones a trabajar y te pagas tus caballos.
–No, papá, estoy aburrida, no voy a sacar el curso.
–Si te pones terca, yo también me pondré terco.
Y Laura dio con sus huesos en un colegio de Teresianas, lejos de sus amigas de siempre, pero no de sus sueños de siempre.
Las monjas eran más aburridas que una mañana de martes, por lo que Laura tenía tiempo para estudiar y para hacer nuevos conocimientos. Y la primera, Arantxa.
–Qué bien te mueves –le dijo Laura el día que la conoció–, parece que tuvieras muelles por músculos.
–Es que hago equitación, pero estoy harta de caballos, en el picadero no hay tíos macizos.
Y Laura ya no se separó de Arantza. Su familia era de freakys con pasta y Laura comenzó a acompañar a su amiga al picadero y a montar el caballo de su amiga. Allí conoció a Ruperto, un viejo jockey que ahora vivía de enseñar a niñas pijas como Arantxa a amar a los caballos.
Ruperto había observado cómo Laura acariciaba al caballo y ya por ese gesto había descubierto que ella no era una más.
–Necesitas un profesor y yo soy el mejor.
–No tengo para pagarte.
–Perfecto. Yo necesito un mozo para limpiar las cuadras que no me espante a los caballos, y tú puedes ser ese mozo, Laura.
Así tropezó Laura con su sueño. Ruperto la enseñó todos los secretos de la doma y la equitación y Laura comenzó a estudiar ese primer día, interesada como estaba en saberlo todo de los caballos.
Con el caballo de Arantxa ganó su primera carrera en el hipódromo de la Zarzuela. Y mientras terminaba Veterinaria en la Complutense, comenzó a correr en Francia y en Inglaterra. Los caballos que ella montaba ganaban todas las carreras.
Qué lejos le quedaban ahora las discusiones con su padre. Nunca lo pudo perdonar que la metiera en las monjas, pero Laura reconocía también que la vida tiene sus misterios y sus cachondadas.

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