Santidad

Peva
Santidad, ¡y eso qué es! Según leo en la prensa, la santidad cada vez suena más a proxenetismo y proxeneta. Es la moda del momento, pues la mayoría de los curas tienen esa idea fija en su estrecha cabeza. Esto de los votos de castidad es ya una parafilia antinatural que nadie entiende, porque no es lógico. A todo ser humano nos gusta de vez en cuando dar gusto al cuerpo, que para eso lo tenemos. Y además, cuando eres joven el mismo cuerpo te lo demanda a gritos y, si no se lo das, vives muy insatisfecha y es malo. Porque luego pasan cosas la mar de raras. Lo más normal que se les ocurre a ciertos curitas es meterse a las páginas eróticas de mis favoritos. Lo malo es cuando se lo montan con tiernos infantes, que esto da más calorcito y más morbo. Y mientras, algunos padres, en su ingenuidad, confían a sus hijos a estos tipos y se sienten tan tranquilos, pues creen que se están comunicando con el mismísimo dios, en vez de trasteando con su ordenador por la red, que en internet no es tan fácil conectarse con el altísimo, aunque alguna página ya tiene por satélite, por lo que he oído. Yo la estoy buscando para ver si consigo que me quite, ya que todo lo puede, este puñetero virus que se ha colocado porque le ha salido de los cojones en mi ordenador. Y por supuesto que me gusta la SemanaSanta, pero es por las vacaciones. Recuerdo incluso que una vez, durante una SemanaSanta, mi padre nos llevó a todas a la playa de Cullera, a un hotel de lujo muy pijo muy pijo, junto a las olas del mar Mediterráneo. Allí todo era perfecto y confortable, y nos arrollaba la música del mar, pues las olas rompían contra una pared del hotel y la sinfonía excitaba los sentidos, transportándote hacia paraísos insospechados. Allí aprendí yo a soñar con mundos paradisíacos. Aunque todavía no nos podíamos bañar, esta sesión de mar nos reconfortaba por dentro y se notaba por fuera. El mar bien mirado es estéticamente perfecto, y un paseo por el puerto puede ser una experiencia estética de lo más gratificante. Bueno, estética no sé, pero es de lo más saludable, lo cual es algo que vende muy bien nuestra primera industria nacional. Y aquel gran vaso de naranja, natural como la vida misma, y sin pepitas, todo zumo de la huerta... Aquel zumo es casi imposible de olvidar, por más que viva y por más caprichos que me dé o licencias que me tome. En fin, que la santidad no fue nunca el placer, aunque ahora suene tanto a proxenetismo.

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