Sentada del 26 de mayo de 2011

EUFORIA
Laura y adredista 1
El que curra en la familia de María es su marido Manolo, que trabaja de manera agotadora.
Se levanta a las cinco de la mañana, cuando todo está oscuro y apenas se oye ruido en la calle. Las farolas lucen menos a causa de la niebla. Manolo tiene la costumbre de asomarse a la ventana, así le parece adivinar la temperatura del exterior. Procura no hacer ruido para que no se despierte ninguno de los suyos. Se ducha con la idea de despejarse, se afeita, desayuna, se lava los dientes y se viste.
A las seis menos cuarto ya está esperando en la calle al autobús de la empresa, que siempre tarda un poco. Trabaja en un matadero situado a kilómetro y medio de la ciudad. Lleva más de veinte años en el mismo puesto de trabajo y ahora va soportando mejor el olor de las vísceras de los animales sacrificados.
Apenas recuerda su primera etapa en el matadero, cuando la tarea le resultaba insoportable y entre vómito y vómito se proponía abandonar. “Tengo que sacar la familia adelante”, pensaba para sí en aquellos duros momentos.
Ellos le daban la fuerza para soportar trabajos tan duros como este, y cada tarde, al llegar a casa se le olvidaba todo lo que había sufrido en el matadero.
Encontrarse con sus hijos y darle un besazo a su mujer era el mejor reconstituyente, una verdadera fuente inagotable de ánimo para seguir en el trabajo. Sus amigos y compañeros de fatigas se admiraban de la euforia que Manolo les trasmitía y solían preguntarle de dónde sacaba el ánimo para soportar la matanza y el desguace de los animales.
Manolo siempre contestaba con una sonrisa de oreja a oreja: “No hay trabajo malo. La familia es el mejor reconstituyente”.


MI TÍO PEPÍN
Víctor y adredista 0
Recuerdo que era un día de invierno soleado. No podía esperarme esa noticia.
Me hermana Macarena me había llamado al móvil, pero lo tenía cargando en la habitación y no me enteré. Entonces llamó a mi tío Pepín, que tiene teléfono fijo, y le pidió que, por favor, llamase al CAMF, para avisarme.
Serían las cuatro de la tarde cuando me llamaron por megafonía. Me acerqué a recepción y me pasaron la llamada de mi tío al manoslibres de la salita.
Mi tío es fontanero y, por tanto, tiene un carácter resolutivo, poco dado a los circunloquios. Si él se enrollar, todos los pisos terminarían más inundados que se los encontró.
Quiero decir que me lo soltó de sopetón:
–Lo siento, Víctor, pero tu padre ha muerto. Macarena me ha encargado que te lo diga.
Pues en este punto, allí como estaba, ante el manoslibres, se me bloquearon todos los sentidos, ni oía, ni veía ni nada. Sólo sentía una opresión en el pecho, como tristeza, como desamparo. Y comencé a llorar y no paré hasta que vino por mí esa misma tarde mi primo José, hijo del tío Pepín, para llevarme al velatorio.
Mis ojos eran un río de lágrimas, no podía dejar de llorar. Me vio un joven que yo conocía de los viajes a Lourdes, Antonio, menos mal que reparó en mis lágrimas e intentó consolarme. No me lo vais a creer, pero sus palabras de consuelo, me hablaba de la vida eterna, me ayudaron mucho en aquel momento, tanto que todavía las recuerdo.
Pronto llegó mi primo José, pero yo no había dejado de llorar. Sólo conseguí cerrar los grifos de mis ojos cuando arrancó el coche camino de Algüera. En el coche era como si ya no estuviese desterrado.
Al llegar al velatorio y ver a mi hermana Macarena, volví a llorar, pero ya no era lo mismo, ya no estaba solo.


DECENTE ENTRE COMILLAS
Peva
Últimamente la decencia no es muy rentable. Ponte en el lugar de ese currito que un día ha ido a trabajar, siempre fue muy decente, y de repente el jefe lo llama al cuchitril que tiene por despacho. El trabajador se sienta en la punta de la silla porque ya se figura para qué lo han llamado a semejante lugar, ni siquiera se atreve a sentarse con todo el culo en la susodicha mullida silla porque no es tonto, ha adivinado el sentido de la convocatoria y no escosa de que la noticia lo pille relajado. Y el jefe le dice, con lágrimas en los ojos porque también hay jefes llorones, que no le queda más cojones que mandarlo a la puta calle, y que tiene que botarle sin indemnización porque ni siquiera le queda un duro para pagar su despido, y que todo es legal y que le da mucha rabia y que por eso llora. El currito en ese momento pierde el sentido de la decencia, el respeto por una virtud de que siempre hizo gala y, aparte de romper el mobiliario, que no rompió partes más blandas porque muy oportunamente el jefe se había retirado, larga por su hasta aquí decente boca lo que no estaba escrito.
En fin, que todo el mundo es decente hasta que no se demuestre lo contrario, o sea, hasta que te despiden, que hay personas que son decentes hasta el final. Pero según está la vida, la nuestra, con todos sus problemas y conflictos, cada vez es más complicado ser decente decente. Hay que buscarse la vida, nos cuesta mucho esfuerzo y esto implica que la decencia a veces se deje de lado y que el listón vaya bajando y bajando hasta quedar por debajo de la hierva del jardín del adosado.
Pero a pesar de que la vida está muy jodida, es mejor ser una persona decente, ser alguien en quien poder confiar. Porque, si no, pasa lo que pasa, que la gente ocupa Sol y te saca los colores porque no se fía de ti, y con razón. Yo por ejemplo no confío ni en mí misma, y eso que soy decente, es un decir. Porque esta palabra es lo que tiene, que no es lo mismo meter la mano donde no debes y enriquecerte mangando que dejarte meter mano y permitir que algún jovencito te haga un favor.
En fin, es una palabra muy fácil de confundir, la decencia no es para todos igual. Yo creo que la decencia es como una goma, que se estira o se encoge según la necesidad del que la usa. El caso es que los seres humanos no somos todos iguales, y los hay que tienen muchas necesidades y por eso se meten a gestores de los bienes ajenos, hay que comprender a los políticos. Además, en un momento dado, ¡y no es que lo justifique!, todos perdemos la decencia, y por eso hay que ser justos y ponderados en nuestros juicios. Sin ir más lejos, recordad al currito del ejemplo anterior, que mandó su decencia a hacer puñetas por un simple desahogo pueril. Otra cosa hubiera sido emplearse con el jefe, en vez de con su mesa, pero eso es otra historia.

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