Sueños locos

Fonso
Soy de sueño rápido y despertar ligero, de manera que cinco minutos después de las nueve –porque me acuestan en el primer turno– ya estoy roncando, y no han dado la tres de la madrugada cuando ya tengo todo el pescado vendido y la noche por delante.
A la espera de que me levanten para desayunar, solo me queda una cosa por hacer, y es darle vueltas y más vueltas al tejadillo. Me enredo en los asuntos pendientes, por ejemplo, cómo continuar y resolver los relatos que tengo a medio hacer (cosa que hace feliz a Manuel), qué voy a decirle a Nacha para que me devuelva mi silla eléctrica, cómo les entro a las del Prójimo Próximo para que me lleven al oftalmólogo o a quién le coloco los décimos que siempre traigo de más…
Este duermevela, cientos de veces repetido, suele desembocar en todo lo que tiene que ver con mover el culo de la cama. ¿Y qué medio mejor para moverse que montado en un caballo blanco (o negro, que tampoco uno es racista)? ¿Y qué espacio puede ganar en amplitud al salvaje Oeste? ¿Y qué mejor blanco que un indio cuando trabajo para los blancos o un blanco cuando trabajo para los indios? De ahí a tener un par de Colt 45 colgados de la cintura, dos cananas cruzadas sobre el pecho, un Winchester 73, un sombrero de ala ancha y sendas espuelas de plata solo hay un paso.
El rifle, que llevo colgado en una funda de cuero con flecos en el lado derecho de la montura, lo suelo utilizar para matar indios o búfalos a larga distancia, y las pistolas, para cargarme personas a la corta… La cuestión es matar todo lo que se mueve, y si no se mueve tampoco pasa nada, pues nunca faltan cactus ni chumberas ni latas de alubias oxidadas, a las que les puedes tirar sin miedo a herir a ningún inocente, o pistoleros dormidos.
Si he dicho antes que mato personas, estas suelen ser de las malas. Los indios de Toro Sentado o los gringos de Custer son gajes del oficio, que para eso me pagan. Me refiero a tahúres con ases por todas partes, cazadores de recompensas, sheriffs corruptos, jueces sin conciencia y demás escoria, que tampoco es cuestión de gastar uno sus balas tontamente. A los indios –como le pasaba a Billy “El niño” cuando mataba a mejicanos– ni los cuento, como no sea para saber cuánto me gano a dólar de plata que me paga el gobierno por cabellera.
Estos sueños de pistolero de conveniencia en el lejano Oeste de América, domador de caballos salvajes, asaltante de trenes en marcha o justiciero por cuenta propia son los que más me vienen a la memoria, junto con otros tales, como chulo de putas en la Casa de Campo de aquí, de Madrid, o matón de barrio, pandillero, piloto de coches de carreras, drogadicto, transexual, loco de atar… o lo que haga falta.
Pero tampoco es cuestión de contarlos todos en un solo relato.

No hay comentarios: