Sentada del 25 de agosto de 2011

Apenas quedan 8 días
para la presentación (en la FNAC de ParqueSur) del libro
Manifiesto saltamontes,
escrito por Carmen Soria.
El acto dará comienzo a las 17:30 del viernes, día 2 de septiembre, para homenajear a esta autora genial de un manifiesto que es una revelación.


FIN DE CURSO
Estrella
Me he pasado estos últimos meses, en el CAMF, escribiendo en un Taller de Escritura Creativa con compañeros fanáticos del boli. Ha sido una experiencia única, de este vagón ya no me bajaré nunca. Estos meses han sido plenamente satisfactorios para mí, ya que he comprobado que, de una simple anécdota de mi vida, puedo sacar un montón de personajes y relatos diferentes.
Cuando llego al taller los lunes por la mañana, rezando para que no se me retrase la ambulancia, y el monitor Andrés propone un carácter determinado para que lo dibujemos, lo mismo da un avaro que un celoso o una mujer fuerte, siento que se me despierta un gusanito en la boca del estomago con ganas de soltar la lengua y dar rienda suelta a las más increíbles e inimaginables historias que se han escrito jamás en Talleres de Escritura.
Como este gusanito es tan insaciable y se alimenta de mi vida, cada vez quiere más y más historias. Da la casualidad de que yo tengo mucho camino andado y mucha imaginación para abastecer a un gusanito como él, o a cuatro hermanos, y me es fácil alimentarle echando mano de mis recuerdos buenos y malos.
Me siento supersatisfecha, completa y llena de entusiasmo con las cosas que he empezado a escribir en el Taller, porque estoy rozando el listón que yo misma me estoy poniendo, que por cierto no soy nada complaciente.
Pero sé también que, si sigo así, como hasta ahora, luchando y teniendo fe en mi misma, terminaré saltando este listón, por muy alto que me lo ponga.
De hecho, hago trampa, pues es Irene, mi hermana, la que más me anima, y su entusiasmo el que más me sostiene. Irene, cuando yo me caigo, que me caigo algunas veces, siempre me tiende su mano. Y cuando yo dudo, ella me indica el camino a seguir. Irene siempre fue mi maestra en esto de la escritura, pues siempre escribió como un ángel, y ahora es ella la que me anima a escribir el libro de mi vida.
El caso es que yo me lo estoy creyendo. Y comienzo a creerme capaz de hacerlo después de esta maravillosa experiencia del Taller.
De momento, seguiré alimentando a mi gusanito. Voy a convertir a este gusanito, de tanto comer historias, en el monstruo de los relatos. Cuando lo consiga, estaré preparada para contar la gran historia de mi vida, la historia de una mujer del siglo XXI, historia que dedicaré a mis compañeros escritores del taller, los adredistas del CAMF, y a toda la cuadrilla de asistentes que vienen a ayudarlos a escribir, especialmente a Manuel, al cual dicto, y a Andrés, que me mete caña.
Es una historia que dedicaré, sobre todas las cosas, a mi querida hermana Irene, que ya sabes lo mucho que te quiero.


UN CASO
Víctor y adredista 0
Cuando Rosario desapareció, yo sabía dónde tendría que buscarla la guardia civil. No dije nada hasta el segundo día, cuando ya los vecinos se habían pateado el campo, las dehesas del otro lado incluidas, y Rosario no había aparecido.
–Se ha ido, se fue a Madrid –me decía mi hermana.
–No, yo sé que no se ha ido. Yo sé dónde hay que buscarla.
–¿Dónde? –se sorprendió Macarena.
–En el pozo de Juan Carlos.
–Estás loco, tú –mi hermana no me hizo caso.
El mismo día de la desaparición, yo había sorprendido una fuerte discusión entre Rosario y su marido, detrás de la iglesia. Él la estaba llamando de todo, puta, zorra, una vergüenza de insultos, un delito. Los dos estaban detrás de la iglesia, entre dos contrafuertes, y ni me vieron. Tampoco hablaban muy fuerte, en realidad no querían dar el espectáculo y contenían las voces.
Entre insulto e insulto, pude escuchar que el cornudo acusaba a Rosario de ser la amante de Juan Carlos.
Pues la misma noche, tras haber sorprendido esta discusión, desapareció Rosario.
Pasados unos días, por fin la guardia civil hizo algo, detener al cornudo. Y comenzaron a buscar a Rosario bajo tierra, en todas las fincas y propiedades del matrimonio. Hicieron agujeros por todas partes pero no aparecía el cuerpo. Y volví a decírselo a mi hermana:
–El cuerpo está en el pozo de Juan Carlos.
Con la detención del marido, se extendió el rumor de que Rosario tenía un amante, pero nadie señalaba a nadie. Y pregunté a mi hermana:
–Si tuvieses que deshacerte de un cadáver, ¿dónde lo arrojarías?
–Delante de la puerta de mi peor enemigo –contestó muy sabiamente mi hermana.
–Es lo que hizo el marido de Rosario.
Y mi hermana volvió a decir que yo estaba loco.
Al día siguiente la guardia civil soltó al marido y detuvo a Juan Carlos. Alguien había identificado al amante y el cadáver apareció de inmediato en su pozo.
Mi hermana se asustó mucho y comenzó a preocuparse de verdad. Habló con el cabo, que es amigo suyo, y este ordenó rastrear mejor el pozo, en busca de pruebas que me incriminasen. Y allí encontraron el único error, en mi opinión, que cometió el asesino, un hacha, que todos reconocieron como el hacha del marido de Rosario.
Descubierta el arma del crimen, Juan Carlos fue liberado, pero el cabo no era de mi opinión, en lo referente al error, y ya no estaba seguros de nada.
–Son los inconvenientes de lo obvio –le digo yo para disimular sus pocas luces, cuando me confiesa que ese hacha podo usarla cualquiera, puesto que cualquiera sabía quién era su dueño.
Pero mi observación lo le ha confundido más todavía.
–¿Cómo iba a tirar el cadáver al pozo Víctor, desde su silla de ruedas? –sorprendí que le recriminaba mi hermana a la tarde siguiente.
–Ayudándose con la polea –contestó el cabo, que se resiste a dar por cerrado un caso tan goloso.

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