Sentada del 29 de septiembre de 2011

CAPATAZ
Rafa
Entraba a trabajar por la mañana y llegaba oliendo a demonios. No era el orujo, no. Ni siquiera la halitosis, de caballo. Lo que olía, de marear, era el sudor estancado de su cuerpo, una mugre de tres semanas.
–Ahí viene Manolo –avisaba el peón más veterano, para evitarnos algún mal encuentro.
Manolo, además, era el capataz y había que respetarle. ¿Pero cómo respetar a alguien si no puedes acercarte a él, a riesgo de terminar contaminado o mareado?
Manolo tenía un truco, que tampoco era tonto. Te daba la tarea el día anterior, a la salida del tajo, cuando más cansado estabas y cuando tu estómago también estaba ya un poco estragado de tanta humanidad merodeando. O sea, que si tenías náuseas en ese momento, ya no perdías horas de trabajo. Y, además, estabas deseando llegar a casa.
–Mañana os doy un destajo, los 50 metros de fachada a 200 pelas el metro.
–O sea, –replicaba yo– que tendremos que hacer 150 metros cuadrados de ladrillo cara vista y colgados del andamio y sin grúa.
–Me has entendido a la primera.
Con Manolo, todo eran ventajas para la empresa, no perdías el tiempo discutiendo precios o metros porque terminabas con náuseas severas. Y además, tampoco te haría caso.
–O sea, compañeros –éramos tres oficiales y dos peones y yo les tenía que explicar el acuerdo– que mañana nos tendremos que deslomar, como hoy.
–Tendríamos que quejarnos al encargado. No se puede hablar con un tipo tan repugnante –sugería el veterano.
–¿Por qué te crees que lo tienen de capataz? –replicaba mi compañero Félix, que sabía de obras.
Y mañana la cuadrilla volverá oliendo a rosas y Manolo continuará sin lavarse ni la boca, que es invierno y el agua está helada en invierno.


CELOS
Fernando
Daniel es joven. Estaba casado y tiene dos hijos. El pueblo es muy bonito. La iglesia románica les da a los paisanos como sabiduría, un algo de prudencia que sólo se aprende con la perspectiva que dan los siglos. Pero tampoco alcanza a librarlos de las pasiones más dañinas.
Todos o casi todos se juntan en el Centro Social y allí pasan la tarde de los domingos, bien charlando o jugando a las cartas, y se toman un café o una cerveza.
Daniel vivía en una casa típica de pueblo, con sus gallinas, su huerto, que le daba las hortalizas y verduras para su consumo. La vida en el campo es un poco aburrida y por eso Daniel y su esposa Magdalena tenían la costumbre de irse algún viernes por la noche al pueblo de al lado, que es cabeza de comarca, con mercado y banco, y hay mas posibilidades de diversión. Pasaban una noche de evasión, bebiendo y bailando y charlando con los amigos, cuando sus obligaciones en el campo se lo permitían.
Daniel y su esposa hacían una pareja muy bien avenida, pues lo que decía el uno le parecía bien al otro todo.
–¿Vamos al cine? –proponía Magdalena.
–¿Qué peli quieres ver? –preguntaba de inmediato Daniel, dispuesto.
Siempre tenían a alguien para dejar a los niños, generalmente los abuelos.
Hacían lo que suele decirse una pareja perfecta.
Todo iba bien entre ellos hasta que en la vida de Magdalena apareció por casualidad Ángel, un antiguo compañero de colegio que por fin había conseguido un traslado a la sucursal comarcal de su banco. Se encontraron un día en el mercado y Daniel observó que se saludaban con mucho entusiasmo.
–De niños éramos inseparables –le explicó Magdalena a Daniel, un poco asombrado por la efusividad del saludo de su mujer.
Pues desde aquel día, Magdalena ya no podía ir sola a vender al mercado lo que les sobraba del huerto, como había hecho siempre. A Daniel se lo llevaban los demonios, los celos no le dejaban vivir.
Donde antes todo era paz y armonía, a partir de este momento se convirtió en broncas y peleas. No servía de nada que Magdalena jurase que entre Ángel y ella nunca había habido otra cosa que una amistad de chiquillos.
–Éramos niños y estábamos siempre juntos, jugando, nos criamos juntos –explicaba ella.
Daniel se estaba volviendo violento, imprevisible, un peligro.
Y los malos tratos se fueron haciendo cada vez mas frecuentes. Un buen día Daniel, en uno de sus arrebatos, cogió un cuchillo y apuñalo a Magdalena, causándola la muerte.
Horrorizado por lo que acababa de hacer, se entrego en el cuartel de la guardia civil.
El pueblo se quedo muy consternado, pues Daniel y Magdalena formaban una pareja muy bien avenida. Nadie hubiera imaginado un final tan trágico. Siempre sorprenden estas realidades.


MARÍA, MI PAISANA
Víctor y adredista 0
No necesito grandes cosas para ser feliz. Por ejemplo, esta mañana mi despertar ha sido redondo. La temperatura era ideal, y la luz, al amanecer, limpia como el cristal.
Mi pañal estaba seco hoy y, además, me tocaba un paisana de Badajoz para levantarme. Cuando ella me levanta, el día se me hace más corto y más amable.
María me trata con cariño, me lava, me viste, todo lo hace como si lo hiciera mi hermana.
–¿Tú no conoces a mi hermana Macarena?
–Pues no –me contesta María.
–Pues tienes que conocerla, es lo único que puedo darte a cambio de tu amabilidad. Te la presentaré cuando venga a verme.
Y nos hemos despedido hasta el mediodía, que María y yo volveremos a coincidir, cuando se acerque en el comedor para darme de comer.
Y después de comer, ya no la volveré a ver, pero María, con levantarme hoy, me ha salvado el día. Y me ha vestido de Tiger y verde, la camiseta que más me gusta. María siempre acierta para hacerme el día inolvidable.

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