Un santo

Conchi
San Leopoldo nació en Madrid, en el paseo de las Delicias, en 1978. Con 5 años le atropelló un camión que le rompió las dos piernas y se las tuvieron que amputar. Desde entonces llevaba piernas ortopédicas y tenía que hacer mucha rehabilitación para poder andar.
Aunque se metió muchos golpes y se llenó la cara de moratones (siempre la tenía llena de sangre), no se desanimaba para nada y seguía adelante.
Cuando tenía 11 años se murió su madre de cáncer de páncreas y un mes más tarde se murió su padre de un infarto.
Como no tenía más familia, acabó en una residencia infantil. La mayoría de los chicos se metían con él, llamándole cojo de mierda. San Leopoldo los ignoraba y se conformaba con todo, incluso cuando le tiraban al suelo o le rompían la camisa.
A los 18 años lo echaron de la residencia por ser mayor de edad y se puso a trabajar de auxiliar administrativo en una oficina.
Su jefe no le respetaba para nada y se reía de él. Y, a continuación, sus compañeros de trabajo. Alquiló una habitación que le costaba casi todo lo que ganaba y de la que cada día le desaparecía algo. Él se resignaba y rezaba cada noche pidiendo respeto y un buen sueldo, pero cuanto más rezaba más putadas le hacían.
A los insultos respondía con sonrisas, a los maltratos poniendo la otra mejilla, si le robaban les entregaba todo lo que llevaba encima sin oponer resistencia. Y a pesar de todas sus desgracias, san Leopoldo se sentía pleno de felicidad.
El 11 de marzo de 2004, San Leopoldo iba en uno de los vagones del tren que explotó en Atocha. Su cuerpo quedó calcinado y su alma subió directa al cielo, y allí se quedó aburriéndose por toda la eternidad.

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