Sentada del 8 de diciembre de 2011

¡NO SOPORTO LAS PATATAS FRITAS!
Adredista 2
Mi suegro se conformaba con poquita cosa: unas chuletitas de cordero lechal no muy pasadas, unas pescadillitas de roscar que se muerden la cola, unas croquetitas de bonito, una tortillita francesa de dos huevos… pero, eso sí, preparado al momento por su hija y acompañando con una buena ración de patatas fritas.
De cualquier alimento podría prescindir, pero las patatas fritas eran tan sagradas como... la última voluntad de un amigo del alma que, aferrándose a tus manos con las suyas heladas y con una mirada lejana y vidriosa... va y te pide con un hilo de voz que te preocupes de su esposa, que está con el Alzheimer, de su perrita Cuqui, de sus peces de colores...
Tales reminiscencias de siglos de opresión a la mujer, y en este caso, de mi suegro a su hija Cándida, nos obligaban, domingos y festivos (que es cuando la permitía salir de paseo con su novio) a dejar a los amigos con la palabra en la boca, las películas sin terminar y expuestos a ser atropellado por andar corriendo por las calles para estar de vuelta a casa, en Leganés, a las diez en punto.
Después de que mi suegro pasara a mejor vida –cosa que dudo mucho, porque mejor que con su hija no va a estar en ningún sitio– y después de que nosotros, ya jubilados, no tenemos que estar con hora en ninguna parte, hay una cosa que me sorprende, que no acabo de encajar y que me lleva los demonios, y es que mi Cándida, por extraño que les parezca, mantiene la costumbre de recogerse temprano por las noches.
Una costumbre que me hace dudar de si las patatas fritas no serían más que una excusa para ocultar alguna fobia, como excusas son cuando ahora dice que a los viejos no se nos ha perdido nada de noche por las calles, que a las diez en la cama estés y que al que madruga Dios le ayuda... El caso es que, antes por una cosa y ahora por otras, me ha tenido enredado todo el tiempo y no he sabido qué se ha guisado en la movida nocturna de Leganés ni en la movida nocturna de ninguna parte…
Si en los tiempos que corren, donde la mujer por suerte va pisando más fuerte en nuestra sociedad, veis a un señor de unos setenta años, con pantalones vaqueros sujetos con tirantes y una camisa de franela a cuadros rojos y negros, deambulado por los bares de Parque Sur y al que los vigilantes le tienen que echar por ser la hora de cierre, no penséis que le patinan las neuronas o que no tiene donde pasar la noche... Soy yo, que intento recuperar el tiempo perdido...
De una cosa podéis estar seguros, y es que no me veréis nunca con un plato de patatas fritas por delante.


UN ESPACIO O MÁS
Mercedes
Era un lugar lleno de árboles, con una cascada para verla caer y oír cantar a los pájaros. A mí me encantaría ir por este sitio tan fantástico.
Yo quiero pasear por una alfombra cubierta de hierba fresca en las largas tardes de la primavera, y acostarme a dormir la siesta y sentir el aire limpio y puro.
Yo sueño con vivir en un palacio de cristal, y que sea muy amplio y que tenga las paredes y también el techo con grandes ventanales, que entre la luz y el sol por todos los sitios. Que esté en plena naturaleza, que cuando yo esté en la cama echada pueda ver el cielo, las estrellas y los luceros.
También me gustaría que no tuviera puertas mi casa, para ir afuera, a la calle, cuando quisiera. Con un cuarto de baño muy grande, con spa y una bañera con hidromasaje para poder relajarme. Con jacuzzi también en el jardín, con muchas flores y también con muchas plantas. Y con una fuente, y en las calurosas noches de verano poder salirme a la terraza para respirar la brisa suave de la noche.
Sueño con tener un gran salón de té, y en medio del salón, una chimenea, y que en los días fríos del invierno estuviese el fuego siempre encendido. Y decorado con cuadros de pintura antigua, pintados por los pintores del renacimiento. Y en el centro del comedor una mesa ovalada de modelo castellano. A su alrededor, seis sillas tapizadas a la antigua, estilo Luis XVI. Y encima en la mesa, un jarrón chino, pero con dibujos occidentales. La mesa, tan grande, que cuando vayan a venir todas mis amistades, quepamos.
A mí me gustaría una habitación tan hermosa como una plaza de toros, con una cama que tuviera cuatros metros de largo por ocho metros de ancho, y eléctrica, para que suba y baje. Y también un armario que abarcara una pared de cincuentas metros.
Sí, todo esto es muy bonito, vivir en un palacio de cristal, pero lo malo es cuando llueve, que una tarde de otoño hubo un huracán de viento y lluvia y todo voló por los aires, no quedó nada, ni un cachito del jarrón chino. Ni mis sueños.



UN MOMENTO
Carmen
Yo jugaba muchas veces en Quintana Redonda a hacer pimentón y gachas machacando, o moliendo, pero no café como en el cha cha cha, sino ladrillos rojos y tejas blanduchas con piedras gordotas. Maribel, una chiquita rubia mandona, nos dirigía a Toñín y a mí. Yo nunca me atrevía a reclamar el puesto de madre o mandona, iba siempre de currita.
También jugaba a las construcciones con un mecano de madera, con puentes verdes, triángulos de todas las formas, rojos, amarillos, azules, semicírculos… Con aquello aprendí a hacer rascacielos. Más bien, a copiárselos a mi primo Bienvenido, que era el proyectista. Aquel mecano era más propio que los actuales, la antesala de la burbuja inmobiliaria.
Pero al no poder saltar, me tocaba ver jugar a la goma y la comba a las otras niñas.
Siempre he deseado hacer muchas cosas, pero nunca me gustó esforzarme para conseguirlo. Veo montar a mujeres a caballo, ¡y a mí me habría gustado tanto ser una de ellas! Saltando vallas y vados, dirigiendo a un caballo alazán, alcanzando altura... Pero se me olvida siempre que soy la persona más miedosa de la Tierra. Esa soy yo, y tampoco tengo nada de equilibrio.
También me hubiera gustado aprender esgrima y echarle unos tientos a la princesa de Éboli. O ser una buena bordadora, como mi madre. Pero apenas logré aprender a coser un botón, y nunca hacía caso cuando quisieron enseñarme a hacer ganchillo.
Ay, cómo me gustaría estar ahora mismo en Alicante, en la playa. Estar haciendo hoyos en la arena, o haciendo planos de castillos. O haciendo gimnasia como cuando entonces, que levantaba apenas la cabeza del suelo cuando me ponía a hacer flexiones de brazos. Contaba las veces que subía y bajaba y mi amiguito Cristian, el niño franchute que aprendía rápido el español, hijo de una señora mayor, se reía mucho por el mal olor de la palabra quarante, bien pronunciada en francés.

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