Babas de amor

Conchi
Pascual estaba loquito por Paula. Últimamente ya no podía ni dormir. No hacía más que dar vueltas en la cama hasta el amanecer, pensando en ella. Estaba tan colgado que se le estaba borrando el disco duro. Solo su chica, que no era su chica y de ahí venía el problema, tenía sitio en su cerebro.
Porque Paula no le hacía ni puñetero caso. A Paula le molaba la promiscuidad, es un decir. En realidad, era la chica del instituto, le gustaban casi todos y no soportaba a los babosos.
Para su desgracia, Pascual tenía una foto suya y se pasaba adorándola todo el día como si fuera una virgen.
–Tienes mi foto llena de babas –le dijo un día en el aula, porque le había visto con ella entre las páginas del libro.
–Tú ya sabes que estoy muerto por tus huesos, no pienso en otra cosa –le volvió a confesar Pascual, y no iba a ser la última.
–Pues yo no voy a cambiar, ya te he dicho muchas veces que no nací para limpiar babas. ¿Por qué no te enrollas con María, que ve las telenovelas?
Pero Pascual no hacía caso. Cuantos más desprecios le hacía Paula, más se excitaba su corazón. Estaba más rayado el pobre que un vinilo.

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