Sentada del 5 de enero de 2012

CONFIDENCIAS
Rosita
No estoy enfadada con nadie...
Con nadie, con nadie, con nadie...
No estoy triste.
Una chica chula, que está siempre conmigo en el pasillo, sí está triste y a mí me afecta mucho. Es MaryMar.
Le digo guapa, guapa, guapa y le acaricio la mejilla.
Nadie más me entristece cuando estoy en el rellano de los ascensores, mirando al sol.
Nunca, nunca, nunca me ha dado guerra mi hijo, es chulo, muy chulo.
El padre era un chulo cabrón.
Mi hija es buena, es muy guapa.
Me gusta mucho que vengan a verme, echamos un tute.
No tengo nietos, para qué. Mi hija no quiere y mi hijo está como una cabra.
Hace mucho que no juego al tute, hace mucho que no vienen mis hijos.
Ahora viven en Madrid. Antes vivían en el Barco de Ávila, y yo, conmigo, conmigo.
Yo estoy bien, me entristece mi marido cabrón y nada más.
Aquí estoy bien, los cuidadores dicen que yo soy guapa. Me tratan bien, seguro.




MI BRAZO IZQUIERDO
MaryMar
Este brazo se me va donde quiere. Me rasca la nariz cuando no me pica. Me enseña el anillo de plata cuando no se lo pido, el que me regaló mi madre.
Tengo un brazo que no se pone de acuerdo conmigo. Cuando hacemos gimnasia en las paralelas, mi brazo no quiere agarrarse y me caería si no estuviera colgada de la grúa. Sin embargo, cuando bailo con el fisio, César, mi brazo se agarra a su cintura y no se suelta ni siquiera cuando termina la música.
Tengo un brazo que está más conectado a mi corazón que a mi cerebro, y más al fisio que a mí.
Es lo que tienen estos brazos de ahora, que se parecen cada vez más a un gato, por lo caprichosos.




TERREMOTOS
Peva
Mi cuerpo es mi isla particular, dice un libro que no he leído todavía, lo pone en la solapa, pero que promete ser muy interesante. No lo he leído, pero me lo puedo imaginar, mi cuerpo, como una isla en medio de un océano. Aunque en mi caso, me conformaría con ser una pequeña islita en un mar pacífico, no como el otro, el Pacífico, tan bravo e imprevisible. Aunque, bien mirado, que mi cuerpo sí lo tengo leído, me gusta este cuerpo con carácter que tengo, tan tumultuoso y apasionado en su juventud, ahora un poco mustio.
Echo de menos mi cuerpo joven, con su propia sangre transmitiendo vida, y mi alegría de vivir de antes. Era joven y bella, aunque tonta, sin la sabiduría de ahora, que no se puede tener todo de una tacada, ¡cosa que me parece muy mal! Porque en la juventud metemos muchas veces la pata y no debería ser así, que luego te estás arrepintiendo toda la vida.
Una chica tan inteligente como es la menda se podía haber equivocado un poquito menos y no haber hecho tanto el gilipollas, pero los pocos años es lo que tienen, que te permiten también ser algo inocente y algo tonta, que también es bonito.
La verdad es que tengo pocos traumas. Este es el motivo por el cual, cuando pongo el telediario, casi no lloro, pues sé que la vida es una auténtica mierdecilla. No hay más obligación que vivirla a tope, pues en cualquier momento te puede venir un tsunami, te lo quita todo y de repente te cambia la forma de vivir. Esto sí que es un trauma auténtico.
Sin embargo, es un verdadero trauma para mí tener que amoldarme al momento de cada día: esos cambios que da el cuerpo a lo largo de un año y de muchos años, cambios inevitables y lógicos. Pequeñas putaditas, cada vez más grandes carencias, cambios que casi no se ven pero que los vas sufriendo en tu propio continente, o sea, en tu piel y en tu esqueleto.
Eso de no llegar con la mano donde ayer llegabas es lo más parecido a un movimiento de tierra. Sientes el pequeño terremoto, la tierra se hunde contigo y no eres capaz de hacer nada por remontarlo. Porque esa parcela de tierra que es tu cuerpo ya casi no te pertenece, porque ha venido otro pequeño terremoto y te ha inmovilizado algo más de tu cuerpo, que ya estaba deteriorado de por sí por otros pequeños movimientos sísmicos, tan recurrentes en estos últimos años de mi biografía.

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