Mi perro

Isabel
Yo tenía un perro que se llamaba Boby. Era muy bueno y me obedecía en todo, yo le hacía señales con los dedos y se sentaba y se echaba. Le pedía cosas y él me las traía. Por ejemplo, le decía: “Boby, tráeme unos calcetines”, y él abría un cajón de la cómoda, ladrando, y cogía un par con la boca y me lo daba en la mano, moviendo el rabo.
Su pelaje era de color canela y liso. No era muy grande, sino mas bien mediano de altura, tenía unas orejas puntiagudas como las de un bamby, pero más bajito, claro está. Y corría veloz como una bala.
Cuando nevaba, se comía la nieve y empezaba a saltar, como si fuera un helado de nata. Era muy juguetón, pero no era nada rebelde, sino muy bueno y obediente.
Tenía cinco años cuando nos lo quitaron, pero yo lo crié desde los 28 días. Lo trajo a la familia mi madre, en una bolsa. Era el hijo de la perra del carnicero.
Mi madre venía con mucho cuidado con la bolsa no fuera a ser que le diesen un golpe al perrito. Mi hermano y yo preguntamos a mi madre: “¿Qué llevas en la bolsa?” Y mi madre nos dijo: “Ah, sorpresa”. Cuando en ese momento se oyó un pequeño aullido y dije yo, su hija Isabel; “¡Ah, ya lo sé, ya lo sé, ya lo sé! Es el perrito que nos habías prometido”.
“¿Y cómo lo sabes tú?” “¡Por el aullido que acabo de escuchar!” Los tres, mi madre, mi hermano y yo, en una pequeña pecera redonda de cristal transparente, pusimos tres papeletas con tres nombres para el perro, que fueron Loco, Boby y Lucas, que se lo quería poner mi hermano. Pero salió el de Boby, que fue el que le puse yo.
Mi hermano Antonio se cabreó mucho porque quería que se llamara Lucas, como el pato Lucas. Yo me reía de mi hermano y le decía: “¡Lo siento mucho pero ha salido Boby!” Mi madre también se reía y le decía a mi hermano: “¿Qué más te da que se llame Boby o Lucas?” Y mi hermano Antonio Contestaba: “¡Pues mucho!, pues yo quiero que se llame Lucas”.
Había muchos hombres que le decían a mi padre: “¿Por qué no nos das el perro?” Y mi padre respondía que no, porque sus hijos querían mucho a ese perro.
Esos malditos hombres estaban muy enamorados de Boby porque decían que era un buen perro de caza, a pesar de que se parecía a un bamby.
Un día cuando, tenía apenas cuatro meses, Boby, jugando, me mordió en la nariz, pero la vida es así.
Una noche sombría nos robaron a nuestro Boby. Mi padre salió de noche a buscarlo porque era verano.
Pero Boby nunca más volvió. Eso malditos hombres lo cogieron para su beneficio.

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