El amor


Isabel

Existen muchas clases de amor;  el amor de madre, el amor entre hermanos, los amigos, el amor a los animales, a la naturaleza...
De todos estos amores yo prefiero el amor de madre, porque es a la mujer que quiero y amo, es la preferida.
Ahora que está enferma de las piernas, no puede andar bien, y del estomago, que lo tiene revuelto y solo bebe coca-cola, le da por llorar porque se ve enferma. Se considera mayor y dice que no sirve para nada y que se va a morir.
Mi madre tiene ahora 78 años.
Igual que mi padre, que también está enfermo, con una depresión de caballo que trajo de Alicante, que este agosto habíamos estado allí de vacaciones, en un bungalow cerca de la playa. Pero a la playa no fuimos nunca porque tenía muchas algas y estaba muy sucia.
Mi padre dormía solo en un sofá-cama y yo noté que hacía gestos raros, como si tuviera pesadillas, con la cabeza, con las manos. Yo me acerqué un día, le desperté y le dije: “Papá, me preocupas mucho”. Y él me preguntó: “¿Qué te preocupa, hija?” “Duermes mucho –le respondí– y duermes muy agitado”. Pero él me aseguró que no pasaba nada.
En cambio, sí pasaba, porque lleva cuatro meses y medio con depresión. Cuando le llamo por teléfono y le digo: “Papá, ¿cómo estas hoy?”, él me contesta: “Bueno, hija mía, hoy parece que me encuentro un poco mejor”. Y yo le animo: “Te noto en la voz que estás más espabilado. Papá, ¿has comido hoy?” “Sí, pero poco”. “¿Y qué has comido?” “Pues he comido un plato de judías verdes”. “¿Y qué más?” “Una manzana, que estaba muy buena”. “¿Y nada más?” “Es que hoy no tenía muchas ganas de comer, hija”.
Y luego se me echa a llorar y yo le digo: “¡No llores!, ¡no llores!” Y él me dice. “Es que al oír tu voz, me emociono, ¡eres tan buena!, y me gusta que te preocupes por mi”.
Si es que yo quiero mucho a mis padres.

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