Sentada del 31 de mayo de 2012


FURIA
Estrella
A María, los chicos no la engañan por guapos, sino por llorones. Se le acercan todos los que tienen problemas, les ha dejado la novia, les ha traicionado un amigo, les han echado del trabajo, les ha defraudado la familia... Ellos lloran y María los consuela, que siempre fue amiga de causas perdidas.
Con Roberto es distinto porque María se ha colgado. Hacía mucho que no le ocurría. Es muy diferente consolar a perdidos en la noche madrileña que dar consejos a alguien que te importa. María tiene mucha experiencia en consolar al triste, pero menos en sacar del pozo a un ser querido.
Roberto no sabe hacerse valer, ese es el diagnóstico de su amiga. En el trabajo, Roberto está amargado, sufre acoso laboral, no ya de su jefe, que también, sino de sus compañeros de la oficina del INEM. No se puede aguantar por mucho tiempo un mobbing sin volverte loco, sin perder la autoestima. Y esto es lo que está viviendo Roberto y es lo que percibe María.
–Defiéndete, Roberto, tú vales más que todos ellos.
Pero Roberto fuma y calla. Y mañana volverá al trabajo y volverá derrotado a los brazos de María.
–¿Por qué no abres los ojos de una maldita vez? ¿No ves que te están destruyendo?
–Ya no tengo fuerzas –contesta Roberto.
Y es cuando estalla la furia de María.
–¡Basta ya! Joder, Roberto, no eres marioneta de nadie. O te enfrentas con esas víboras o dejas el trabajo. Cualquier cosa vale, menos continuar cruzado de brazos y aguantando las bajezas de tus compañeros.
–María, por favor, entiéndeme –suplica Roberto.
Pero María está fuera de sí  y no puede callarse.
–Yo te entiendo mejor que tú mismo –le contesta María– o te enfrentas a ellos o arruinarán tu vida. Y si tú lo puedes soportar, ser un pelele, olé tus cojones, sigue así. Pero yo no lo soportaré.

CELOS
Conchi
Cada vez que me enamoro me pongo celosa.
Primero fue Tomás, que siempre me ponía excusas para llegar tarde a las citas y yo ya estaba cansada de tantas mentiras y tantos embustes, porque sabía que se liaba con cualquiera que le dijera guapo, o cosas peores.
Ya no me fiaba de él, porque era más mujeriego... Tomás decía que iba a vender lotería, pero yo sabía que se iba por ahí con otras mujeres mucho más guapas que yo, y a mí me daban unos celos que se me hacía un nudo en el estómago y no podía comer.
Acabó dejándome porque no soportaba mis reproches. Luego me enteré de que decía la verdad y la única mujer con la que estaba era conmigo.
Raúl sí que era puntual, pero cuando iba conmigo le guiñaba el ojo a todas las mujeres. Y a mí eso me sentaba como una patada en el culo, así que le daba un codazo y un pisotón para que no mirara a tantas tías.
Cuando cortó conmigo, harto de malos tratos, me di cuenta de que también guiñaba el ojo a los hombres, y es que resulta que tenía un tic que le obligaba a cerrar el ojo cada dos por tres.
Julián pasó de llevar greñas y camisetas rotas a ponerse gomina y polos Lacoste. Eso me hizo sospechar que estaba con otra tía, así que le corté el pelo mientras dormía y le estropeé toda la ropa con lejía para que no se la pudiera poner. Entonces él se mosqueó y se largó para no volver. Luego me enteré de que esa ropa se la había regalado su abuela.
Ya no quiero volver a enamorarme porque lo paso fatal.
Pero acabo de conocer a mi nuevo vecino y está buenísimo.

“ARRIVEDERCI”
Laura y adredista 1
No he tenido más remedio que olvidar a unas personas que, desde que caí enferma, no han querido saber nada de mí. Alicia es una de ellas.
Recuerdo muy bien aquel día claro de primavera. Como siempre, yo me había levantado feliz, era un día más en mi vida y había que disfrutarlo. Así seguía pensando, a pesar del reciente diagnóstico de mi enfermedad, esclerosis múltiple. Fue duro aceptarlo, me costó lágrimas y lágrimas.
Centré las fuerzas en superarme a mí misma y lo fui consiguiendo. Decidí vivir mi futuro tranquila y sin miedo.
Alicia conocía muy bien mi estado de ánimo, de todas las que formábamos el equipo de trabajo ella era mi mejor amiga. Ese día la noté un poco rara, como si quisiera guardar distancias. Intenté averiguar el motivo y le pregunté:
–¿Te pasa algo? 
Se encogió de hombros, hizo una mueca, pero no contestó nada.
–Me imagino –le insistí– que te habrá afectado mi enfermedad.
En ese momento me vino a la memoria la actitud de mi madre, que se rebelaba contra mi enfermedad, pero me seguía queriendo como a una hija pequeñita. Alicia callaba.
–Esperaba un poco de ti, Alicia, –me atreví a expresarle– un poco de comprensión al menos.
No me contestó. Fingió que tenía prisa, volvió a encogerse de hombros, movió los ojos en dirección a la batea que tenía en sus manos con preparativos para una inyección y desapareció de mi vista.
Tomé la actitud de la indiferencia, para no tener que añadir al trauma de mi enfermedad un problema más. Y borré a Alicia de mi cabeza, fue la que más me costó. Y lo hice también con mucha gente de la Cruz Roja que no han querido saber nada de mí. Todas esas personas han salido de mi vida sin despedirse.
Mi liberación ha sido total, pues asumí rápidamente que ninguna merecía mucho la pena.
Y, además, que cada uno debe cargar con sus propios problemas. Ahora estoy tranquila y feliz con mis actuales compañeros, en la residencia, cada uno con sus limitaciones. Pero somos sinceros cuando nos hablamos,  cuando nos miramos a los ojos, y eso es algo precioso y poco común en esta sociedad.
Yo no quiero olvidar jamás a mis actuales compañeros.

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