Sentada del 14 de junio de 2012



FURIOSA
Peva
Decía mi madre que la caridad empieza por una misma, y me acuerdo de ello porque, aparte de decirlo mi madre, en los tiempos que corren el ser caritativo puede ser una ruina. Mi madre era muy refranera y a cada circunstancia le aplicaba su refrán correspondiente, porque esto de los refranes entre los españoles tiene mucha mano, te tranquiliza como una tila o más.
Pues el caso es que el paro y la depresión hacen estragos a mi alrededor y se me pone un mal cuerpo, pero que muy mal cuerpo, cuando estoy merendando en una terraza de Orense, un barrio pijo donde los haya, tengo enfrente un exquisito plato de ensalada, me llevo a la boca un tomate rojo, jugosito, y entonces aparece por la retaguardia de tu mesa una persona con unos vaqueros todos rotos y un poco sucios, que van pidiendo a gritos una lavadora, y sin mediar palabra va y te deja el típico muñequito para que le des algo.
Me lo ha dejado en la mesa así, como acusándome de estar comiendo a dos carrillos. Se me pone un mal cuerpo con el tomate, que me lo como porque algo tengo que comer y, además, que lo tengo pagado. Porque es que, si no, me iba sin más.
Pero es que hay tanta gente pidiendo por la calle que, como empiece a repartir, dentro de poco soy yo la que está en una esquina. Y, la verdad, a estas alturas de mi vida sería una gran tragedia, que estoy muy acostumbrada a ser una burguesita pija.
El caso es que la vida que llevamos ya es para ponernos en un estado de furia permanente. Desde que te levantas, y no importa la razón, ya te están metiendo el dedo por el ojo izquierdo con el único propósito de joderte el día. Y terminas la jornada en estado catatónico, todo está reñido con el disfrute. Y eso que yo voy a mi bola, pero no me libro, te tienen que enfurecer y, cuanto más, mejor.
Además, como vives con gente que te conoce y sabe como conseguirlo, pues lo tienen fácil para ponerte de los nervios. Luego se disculpan y te dicen lo de siempre: “Lo siento, yo qué sabia”, pero ya te han jodido.
Por eso que voy a todas partes por libre. Y además, cada vez que quedo con cierta gente lo paso hasta mal. Para mi que me estoy volviendo autista, ya no aguanto a nadie. He leído que los autistas tienen un mundo y unas capacidades completamente diferentes a las nuestras, y que no les hace ninguna gracia que estemos siempre dándoles la coña. Pues yo soy cada vez más así.
Y no tengo que ir muy lejos para buscar un ejemplo, que estoy rodeada de quisquillosos hasta el extremo de que muchas veces pienso poner una marisquería. Ayer mismo, estaba yo desayunando tranquilamente mi trozo de roscón de reyes, que me lo habían dado en casa, y me disponía a guardarme en el bolso las magdalenas que los sábados me ponen para desayunar en la residencia, pero el tío que come en la mesa frente a la mía va y me las pide. Esto ya me jodió, pero no encontré razón para negarme y ¡por qué no! le dije que sí, que viniera por ellas a mi mesa. El tío mandó a una compañera que pasaba por allí que se las acercara a su mesa. Pero la chica puso cara de circunstancias, de no saber qué hacer. Y entonces yo, para animarla un poco, como soy tan impetuosa, le dije: ¡Dáselas, gilipollas! Pues la tía, que lo oyó, se ofendió muchísimo, diciéndome muy cabreada: ¡A mí no me llames gilipollas! Y toda digna siguió su camino hacia la salida.
Después, todavía, tuve que buscarla y pedirle disculpas. Es todo esto lo que cada vez me cuesta más trabajo hacer, por eso digo que me estoy haciendo autista. Y furiosa.

ESPACIOS
Laura y adredista 1
Todo parece fácil para una persona que camina por sí sola, pero Mercedes se mueve en silla de ruedas. Es una silla manual. Al principio le costaba manejarla, no había pensado nunca lo duro de esta situación hasta que se encontró con la enfermedad que la sentó en su silla de ruedas.
Un tiempo después, y gracias a los inventos electrónicos y a su dinero, se le cumplió el sueño más insistente: tener una silla eléctrica. Desde la silla nueva soñaba mucho más. Si llegaba a un bordillo, soñaba una silla con posibilidad de saltarlo. Si pasaba por un empedrado, soñaba un dispositivo que amortiguara el golpeteo de los adoquines en el culete. Al pasar por un charco, Mercedes soñaba con un detector de profundidades en su silla, porque siempre escogía un lateral del mismo para evitar la zona más profunda y pocas veces acertaba.
A fuerza de soñar y soñar, se inventó un lugar donde no había ningún estorbo para ella y su silla. En su imaginación construyó un edificio transparente, las escaleras se cambiaron en rampas tan suaves que subes y bajas por ellas sin darte cuenta. Desde su mitad norte se veía una montaña nevada gran parte del año, y Mercedes se soñaba bien abrigada y montada en un trineo deslizándose suavemente por las laderas. En la zona sur había un parque y por sus praderas serpenteaban varias veredas, una de ellas terminaba en la cascada principal. Aunque de cerca moja, impresiona por el ruido y no te cansas de contemplar su belleza.
Y dentro del edificio, también todos los residentes son agradables, ella sólo ve caras alegres. Y las sillas no chocan unas con otras porque llevan dispositivos especiales que pitan antes del accidente. Como la sonrisa es contagiosa, los cuidadores, las camareras, el personal de limpieza, los voluntarios y hasta los visitantes salen contagiados de la alegría que se vive en este lugar de ensueño.
(¡¡¡Ayayayayayay!!! que nos ha salido esto totalmente muy de cuento..., comenta la autora, para cierre)

ENFADO
Fernando
Beatriz es una chica muy particular. Tiene un carácter tan susceptible que a la más mínima oportunidad, y por la cosa más insignificante, ya se enfada.
Os contaré sólo un enfado, porque toda la lista sería inagotable. Un día a Beatriz se le ocurrió pedirle a su hermana Carmen un vestido estampado que ella se ponía poco porque la gustaba demasiado y quería preservarlo. Y se enfadó como nunca porque, como es lógico, Carmen no la quiso dejar el vestido. Y menos para ir de fiesta, que ni ella se lo ponía cuando salía por ahí.
Esto fue motivo para que Beatriz estuviera sin dirigirle la palabra a su hermana durante meses.
Y un buen día, que a Beatriz se le ha ocurrido irse de viaje –en realidad era un traslado de trabajo a París con muy buena pinta–, su hermana Carmen, para intentar arreglar las cosas, la dice que puede llevarse el vestido que tanto le gusta.
Pero para Beatriz no pasa el tiempo:
–Si la vez que te lo pedí, no me le quisiste dejar, ahora te lo puedes quedar todito para ti –en realidad, en todo este tiempo Beatriz no había esperado otra cosa que la oportunidad de poder decirlo–. Además, en París creo que voy a encontrar algunos incluso más elegantes.
Un sentimiento de culpabilidad invadió a Carmen, y ello a pesar de conocer a Beatriz y sabiendo cómo era.
En fin, que Beatriz es un poco insoportable. Se fue por fin a vivir a París, pero no pasó mucho tiempo sin pedir a su hermana Carmen que, por favor, se viniese unos días con ella, que esto es muy bonito y te va a gustar.
–Aunque no tengo tiempo de nada y se come tan mal que ya echo de menos la comida de casa.
Por supuesto que Carmen se fue unos días con ella, a hacer croquetas y filloas a su hermana.

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