Furiosa



Peva
Decía mi madre que la caridad empieza por una misma, y me acuerdo de ello porque, aparte de decirlo mi madre, en los tiempos que corren el ser caritativo puede ser una ruina. Mi madre era muy refranera y a cada circunstancia le aplicaba su refrán correspondiente, porque esto de los refranes entre los españoles tiene mucha mano, te tranquiliza como una tila o más.
Pues el caso es que el paro y la depresión hacen estragos a mi alrededor y se me pone un mal cuerpo, pero que muy mal cuerpo, cuando estoy merendando en una terraza de Orense, un barrio pijo donde los haya, tengo enfrente un exquisito plato de ensalada, me llevo a la boca un tomate rojo, jugosito, y entonces aparece por la retaguardia de tu mesa una persona con unos vaqueros todos rotos y un poco sucios, que van pidiendo a gritos una lavadora, y sin mediar palabra va y te deja el típico muñequito para que le des algo.
Me lo ha dejado en la mesa así, como acusándome de estar comiendo a dos carrillos. Se me pone un mal cuerpo con el tomate, que me lo como porque algo tengo que comer y, además, que lo tengo pagado. Porque es que, si no, me iba sin más.
Pero es que hay tanta gente pidiendo por la calle que, como empiece a repartir, dentro de poco soy yo la que está en una esquina. Y, la verdad, a estas alturas de mi vida sería una gran tragedia, que estoy muy acostumbrada a ser una burguesita pija.
El caso es que la vida que llevamos ya es para ponernos en un estado de furia permanente. Desde que te levantas, y no importa la razón, ya te están metiendo el dedo por el ojo izquierdo con el único propósito de joderte el día. Y terminas la jornada en estado catatónico, todo está reñido con el disfrute. Y eso que yo voy a mi bola, pero no me libro, te tienen que enfurecer y, cuanto más, mejor.
Además, como vives con gente que te conoce y sabe como conseguirlo, pues lo tienen fácil para ponerte de los nervios. Luego se disculpan y te dicen lo de siempre: “Lo siento, yo qué sabia”, pero ya te han jodido.
Por eso que voy a todas partes por libre. Y además, cada vez que quedo con cierta gente lo paso hasta mal. Para mi que me estoy volviendo autista, ya no aguanto a nadie. He leído que los autistas tienen un mundo y unas capacidades completamente diferentes a las nuestras, y que no les hace ninguna gracia que estemos siempre dándoles la coña. Pues yo soy cada vez más así.
Y no tengo que ir muy lejos para buscar un ejemplo, que estoy rodeada de quisquillosos hasta el extremo de que muchas veces pienso poner una marisquería. Ayer mismo, estaba yo desayunando tranquilamente mi trozo de roscón de reyes, que me lo habían dado en casa, y me disponía a guardarme en el bolso las magdalenas que los sábados me ponen para desayunar en la residencia, pero el tío que come en la mesa frente a la mía va y me las pide. Esto ya me jodió, pero no encontré razón para negarme y ¡por qué no! le dije que sí, que viniera por ellas a mi mesa. El tío mandó a una compañera que pasaba por allí que se las acercara a su mesa. Pero la chica puso cara de circunstancias, de no saber qué hacer. Y entonces yo, para animarla un poco, como soy tan impetuosa, le dije: ¡Dáselas, gilipollas! Pues la tía, que lo oyó, se ofendió muchísimo, diciéndome muy cabreada: ¡A mí no me llames gilipollas! Y toda digna siguió su camino hacia la salida.
Después, todavía, tuve que buscarla y pedirle disculpas. Es todo esto lo que cada vez me cuesta más trabajo hacer, por eso digo que me estoy haciendo autista. Y furiosa.

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