Sentada del 7 de junio de 2012


INDECENTE
Conchi
Cuando veo a un tío bueno siento calor por todo el cuerpo, me siento pletórica y me da un subidón. Pero tengo que tener cuidado porque soy diabética y las alegrías no me van nada bien (nunca me lo han medido, pero me da que me sube el azúcar en sangre).
Cada vez que el tío vale la pena, me pongo cachonda y se me van los ojos detrás de él, parece que estoy empañá, ahí mirando todo el rato... Hasta se me cae la baba y me sudan las manos, me suda todo el cuerpo en realidad, y quisiera hacerle un favor.
Por ejemplo, cada vez que veo al Dr. Vilches en Hospital Central me pongo colorada y me quedo hipnotizada mirando su barba blanca y sus ojos azules. El corazón se me pone a 100 por hora.
Para alegrarme el día no hay nada mejor que cruzarme con un tío bueno. O que me toque la lotería, que eso me daría más subidón incluso.
Si yo pudiera sería todavía más indecente, porque hasta ahora lo único que he hecho de verdad es robar un christmas en ParqueSur (¡y no me pillaron!)... Bueno, más en concreto, un paquete de 6.
La cosa fue así: estaba dándome una vuelta por ParqueSur y, de pronto, se me pasó por la cabeza coger unos christmas para felicitar a un amigo muy especial. Yo sabía que no llevaba ni cinco, pero no pude reprimirme, así que los cogí, los metí en mi bolso con la mano izquierda (que es la única que muevo así un poco regular) y salí pitando por la caja de Alcampo, y me vine para el centro echando leches. Aunque no saltó ninguna alarma me entraron los nervios porque me podían haber pillado. Yo creo que hasta crucé la carretera sin mirar.
Ya en mi habitación me entraron sudores fríos, me temblaban las piernas de lo que podía haber pasado, pero por suerte no me pasó nada. Yo no sé si alguno de los guardias de seguridad se dio cuenta y dijo “¡pobrecilla, si está en una silla de ruedas!”.
Y esto me dio la idea: la próxima vez que robe algo, si me pillan le diré al guardia que estoy mal de la cabeza, que no sé lo que hago, que estoy en tratamiento psiquiátrico. Y seguro que cuela, porque entre la silla de ruedas y la voz que tengo, la gente se cree que tengo algún retraso mental. Porque lo que es próxima, prometo que habrá próxima vez.
De momento, cada vez que voy al Alcampo compruebo donde están colocadas las botellas de Jerez (que es el vino que más me gusta), esperando el momento en que pueda trincar alguna.

VENGANZA
Fernando
Luis tenía un amigo feriante que, sobre todo, se dedicaba a viajar por los pueblos de la provincia de Toledo. Era famosa su caravana con las atracciones de tiro, que si pelotas, que si escopetas y no sé cuantas cosas más. Los niños y los mayores se lo pasaban muy bien jugando en la caravana de José, que así se llamaba el amigo de Luis.
Luis no hacía mucho que se había instalado en Aldea en Cabo. Se había ido a vivir allí con su familia al comienzo de la crisis porque le habían ofrecido un trabajo en Villa Rosario, la vieja residencia de Jacinto Benavente, y no está el patio como para desperdiciar una oportunidad.
Cuando comenzaron las fiestas en Aldea en Cabo y llegaron los feriantes, Luis y su amigo José no podían por menos que encontrarse. Y así reiniciaron una relación que terminaría por tener consecuencias decisivas para ambos, y para ambos nefastas.
Las cosas ocurrieron exactamente así: José estaba con su caravana de atracciones en las fiestas cuando Luis acertó a pasar por allí. Miró al tipo que vendía las tiradas al blanco y su sorpresa fue mayúscula al reconocer a su amigo tras el mostrador.
–¿Pero qué haces tú aquí? –pregunta Luis.
–No me obligues a explicártelo, Luis. que no sabría –en realidad, los dos están sorprendidos.
–¿Y cómo te va en este negocio?
–No tiene misterio, pero con la crisis trabajamos menos y recaudamos mucho menos –se explica José–, es lo que hay. Pero como estoy soltero, tampoco es que necesite mucho.
Al día siguiente se citan en el bar, lejos del ferial. Los amigos se habían conocido en la escuela de Tauromaquia, en Madrid, pero cuando tuvieron que pasar del carretón al novillo lo pensaron mejor. Eso sí, se han hecho unos muy exigentes aficionados, de esos que miran a los pies del torero.
–Tengo entradas para la corrida de esta tarde, te vienes conmigo –le dice Luis a José al despedirse para comer.
–Tendré que irme en la mitad de la tarde, que el negocio hay que atenderlo –José no se puede resistir a la invitación.
Y el último día de la feria, para devolver la atención, es José el que invita a comer a su amigo y la familia. Ya conocía a la mujer de Luis, se la había presentado el primer día en la feria. A la que no conocía era a Silvia, su hija, una muchacha muy tímida y muy seria, y se quedó colgado con ella. José era feriante y arrimarse a una muchacha tenía menos peligro para él que arrimarse a un novillo.
Se inició entre ellos una relación que escandalizó a Luis. No entraba en sus planes que su amigo, un hombre con más cornadas que un burladero, fuera a quedar con su hija.
–No vuelvas a verla, ni a llamarla por teléfono –advirtió muy seriamente a su amigo, al enterarse de aquel disparate.
Y a Silvia le prohibió verse con el feriante.
El caso es que su hija le hizo caso a Luis –en realidad, había roto hacía poco con su novio de toda la vida y estaba un poco desorientada e insegura– y dejó de contestar a las llamadas de José. Pero el feriante no podía olvidar. En realidad, tenía todos los días y todas las noches para recordar a la muchacha y para envenenarse con el responsable de sus tristezas.
Cuando volvió a Aldea en Cabo ya no era para hablar ni para negociar nada. Quería ver a Silvia, pero a quien buscaba era a Luis. Y lo fue a encontrar donde había comenzado todo, en el bar. No discutieron mucho. José no estaba para razones. Sacó una navaja automática, que más parecía un estoque, y apuñaló con descontrol a su amigo allí mismo. Luis murió en el acto.

LA SIRENA
Estrella
Sonia es pura gata, porque nació y se crió en Madrid, en el barrio de Chamberí. Pero vivió en su ciudad como si algo le faltase. Tiene veinte años y desde su adolescencia le gustaba divertirse yendo a las discotecas a bailar con sus amigas.
Sonia es una chica jovial y soñadora. De su cuerpo fluye una inmensa alegría, que brota de su corazón. Vive la vida al límite, sin aliento.
Se siente prisionera viviendo en Madrid. La ciudad absorbe y aniquila sus fuerzas. Y un día decide irse con su mejor amiga, Tania. Se largarán durante una larga temporada, y buscarán las fuerzas en el único lugar donde regalan eso.
–El mar es inagotable, –le explica Sonia a su amiga– sus abrazos son tan tiernos que te enamoran.
Y terminan en Benidorm y se alojan en el Hotel Bali, que les queda a unos minutos de la playa.
Cuando ya han deshecho el equipaje, se ponen una ropa más ligera y vuelven a salir, Sonia no puede esperar. Dan una vuelta por el Paseo Marítimo y Sonia siente que la emoción del mar la está enmudeciendo.
Mira de frente y por fin lo ve, ahí la está esperando.
Se quita las sandalias y corre hacia la orilla, dejando atrás olvidada a su amiga Tania.
Es tanta su agitación que no puede pensar. Escucha a su corazón y se sumerge vestida en las profundidades. Grita, emerge, da saltos, llora, canta, ríe, aplaude al mar.
Le ha invadido tanta dicha que por un momento se creyó una sirena.
Comienza a nadar a mariposa, adelante y atrás, y en un momento vuelve a llenar de aire los pulmones y, dando un fuerte impulso, empieza a bucear.
Allí abajo se tira un largo tiempo, hasta que le empieza faltar el aire. Muy a su pesar, decide Sonia volver a la orilla.
Hasta que hace pie y vuelve con su amiga. Sus ojos tienen un brillo especial y de sus labios emana una sonrisa espectacular. Tania se queda sobrecogida. Es tanta la felicidad de su amiga, que la siente en su propio cuerpo. Se tiran a la arena riendo, llorando y dando vueltas. Hasta tal punto están dando el espectáculo que cualquiera que las viera pensaría que han perdido la cabeza.

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