Venganza


Fernando
Luis tenía un amigo feriante que, sobre todo, se dedicaba a viajar por los pueblos de la provincia de Toledo. Era famosa su caravana con las atracciones de tiro, que si pelotas, que si escopetas y no sé cuantas cosas más. Los niños y los mayores se lo pasaban muy bien jugando en la caravana de José, que así se llamaba el amigo de Luis.
Luis no hacía mucho que se había instalado en Aldea en Cabo. Se había ido a vivir allí con su familia al comienzo de la crisis porque le habían ofrecido un trabajo en Villa Rosario, la vieja residencia de Jacinto Benavente, y no está el patio como para desperdiciar una oportunidad.
Cuando comenzaron las fiestas en Aldea en Cabo y llegaron los feriantes, Luis y su amigo José no podían por menos que encontrarse. Y así reiniciaron una relación que terminaría por tener consecuencias decisivas para ambos, y para ambos nefastas.
Las cosas ocurrieron exactamente así: José estaba con su caravana de atracciones en las fiestas cuando Luis acertó a pasar por allí. Miró al tipo que vendía las tiradas al blanco y su sorpresa fue mayúscula al reconocer a su amigo tras el mostrador.
–¿Pero qué haces tú aquí? –pregunta Luis.
–No me obligues a explicártelo, Luis. que no sabría –en realidad, los dos están sorprendidos.
–¿Y cómo te va en este negocio?
–No tiene misterio, pero con la crisis trabajamos menos y recaudamos mucho menos –se explica José–, es lo que hay. Pero como estoy soltero, tampoco es que necesite mucho.
Al día siguiente se citan en el bar, lejos del ferial. Los amigos se habían conocido en la escuela de Tauromaquia, en Madrid, pero cuando tuvieron que pasar del carretón al novillo lo pensaron mejor. Eso sí, se han hecho unos muy exigentes aficionados, de esos que miran a los pies del torero.
–Tengo entradas para la corrida de esta tarde, te vienes conmigo –le dice Luis a José al despedirse para comer.
–Tendré que irme en la mitad de la tarde, que el negocio hay que atenderlo –José no se puede resistir a la invitación.
Y el último día de la feria, para devolver la atención, es José el que invita a comer a su amigo y la familia. Ya conocía a la mujer de Luis, se la había presentado el primer día en la feria. A la que no conocía era a Silvia, su hija, una muchacha muy tímida y muy seria, y se quedó colgado con ella. José era feriante y arrimarse a una muchacha tenía menos peligro para él que arrimarse a un novillo.
Se inició entre ellos una relación que escandalizó a Luis. No entraba en sus planes que su amigo, un hombre con más cornadas que un burladero, fuera a quedar con su hija.
–No vuelvas a verla, ni a llamarla por teléfono –advirtió muy seriamente a su amigo, al enterarse de aquel disparate.
Y a Silvia le prohibió verse con el feriante.
El caso es que su hija le hizo caso a Luis –en realidad, había roto hacía poco con su novio de toda la vida y estaba un poco desorientada e insegura– y dejó de contestar a las llamadas de José. Pero el feriante no podía olvidar. En realidad, tenía todos los días y todas las noches para recordar a la muchacha y para envenenarse con el responsable de sus tristezas.
Cuando volvió a Aldea en Cabo ya no era para hablar ni para negociar nada. Quería ver a Silvia, pero a quien buscaba era a Luis. Y lo fue a encontrar donde había comenzado todo, en el bar. No discutieron mucho. José no estaba para razones. Sacó una navaja automática, que más parecía un estoque, y apuñaló con descontrol a su amigo allí mismo. Luis murió en el acto.

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