Un poco de consuelo


Víctor

Nieves se ha criado con su tío César, un solterón de corazón duro y huesos blandos, que se partió las costillas un día que había bebido demasiado y se cayó. Desde entonces mueve su enorme barriga ayudado de una muleta, por seguridad.
Amén de las broncas de su tío, que la hicieron llorar desde que era niña y se ha acostumbrado, lo que de verdad ha entristecido a Nieves este verano es que su primo Miguel abandonara a su mujer Toñi para liarse con otra mujer más joven, que, por cierto, es una buena chica y una buena madre, ella no es el problema.
Miguel y sus hermanos han sido la única familia de verdad de Nieves. Su tío Cesar no podía soportar que ella les hiciese más caso a sus primos que a él. Y cuando por fin Nieves decidió casarse y abandonar la casa de su tío, el viejo gruñón intentó pegarla con la muleta.
Bien sabía el viejo que fueron los primos los que aconsejaron a Nieves a dar el paso que ha hecho de ella una mujer feliz, a pesar de las lágrimas que le continúan provocando los insultos de su tío, pues se fue de casa, pero no muy lejos, para seguir cuidando de él, de sus comidas y de su casa.
A sus insultos está acostumbrada Nieves. A lo que no se acostumbra es a la irresponsabilidad y sinvergonzonería del primo.
Miguel, Toñi es una buena madre y una buena mujer, no se merecía lo que le has hecho. No se abandona a una familia.
La vida es muy larga, Nieves –le contesta el primo.
Y tú, muy duro de corazón.
Nieves, que no tiene hijos, ni quiere tener, ahora ayuda a Toñi a criar a los suyos.
Si no fuera por ti, Nieves, –le confiesa Toñi– no sé lo que haría.
Llorar, como yo cuando me insulta mi tío César.
Ese viejo sí que es malo.
En el fondo, Nieves y Toñi se necesitan, las dos necesitan un poco de consuelo y un poco de ternura.

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