Víctor
Hay
dos clases de hombre: lo que hacen favores y los que se aprovechan.
Yo soy de los que hacen favores, no me preguntes por qué. Procuro
hacerlos a gente de fiar, pero entre los que necesitan de tu ayuda
los hay que no se la merecen. De eso te enteras después.
No
hace mucho que me ocurrió una cosa grave. Me fié de un tipo que
parecía serio. Tenía mucho rollo y mucho mundo, pero si a mí me
engañó no fue por eso, sino por sus ojos de buena persona. Siempre
tropiezo en la misma piedra, esta que cuento tiene de especial que ha
sido la última. Su silla y la mía –esta que llevo hoy, o que me
lleva a mí, mejor, y que conseguí a cambio de una indemnización
del seguro del coche que me atropelló camino de ParqueSur– eran
iguales y a la suya se le rompió una horquilla. Me pidió que le
prestase la horquilla de la mía, pues yo me podía cambiar a otra
vieja, que estaba en uso.
¿Que
cómo terminó la historia? Pues que cada vez que salíamos a tomar
algo tenía que pagar yo, pues me decía que estaba ahorrando para
ponerse la horquilla.
El
final final de todo fue que yo tuve que comprar otra horquilla nueva,
con su rueda correspondiente, si quería poner en marcha mi silla
nueva. Jamás me pagó la pieza de le presté, o la rueda.
O
sea, que nunca dejaré de hacer favores a los que lo necesiten, pero
ya me gustaría que esos que lo necesitan llevasen alguna matrícula
para saber si son de fiar o no. Aunque a lo mejor pido demasiado.
Por
pedir que no quede, sin embargo: declaro que no me importaría que
alguien, alguna vez, me hiciese algún favor a mí, que aquí donde
me veis, también los necesito como el que más.
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