Sentada del 30 de agosto de 2012


CUADERNO AZUL / 3
Carmen
Me gustaría montar en globo y ver las casas pequeñas, diminutas, como de juguete… Subir con amigos viendo los pinares de mi tierra… O quizá la selva africana como Julio Verne… No sé si mi miedo lo aguantaría… Sería maravilloso poder aterrizar en cualquier parte, en alguna playa, bañarte y luego subir otra vez… La torre Eiffel desde lo alto, el Danubio desde lo alto… Aterrizar en algún parque o plaza y ver qué cara pone la gente, ¡qué divertido!... O comprobar si el globo soporta el peso de mi gran culo.

Un viejo y un niño, quizá los viejos y los niños disfrutan igual de la tranquilidad, de la lentitud, de las pequeñas cosas, la hierba, los perros, los helados. El viejo enseña el mundo al niño y el niño enseña al viejo a ser niño, que es el mayor regalo…

El amor y el odio… si una persona te cae mal, es probable que tú también le caigas como una patada… El amor y el odio tienen final y comienzo.

El mar, como el desierto, es la inmensidad y el riesgo, el peligro, la soledad… Cualquiera sabe dónde hallarías antes la muerte.

El blanco es ausencia y el negro es atracción del color. De poder elegir, yo quiero ser negra. Blancos y negros deberían cantar con igual devoción sus músicas respectivas. Elvis Presley tenía voz de negro.

Luz y oscuridad van unidas, se encuentran a cada instante.

La enfermedad, en cambio, es alguna falta en la salud.

La noche y el día llenan nuestras vidas, son nuestras unidades de tiempo y espacio.

Ruido y silencio, en la época de los altavoces, son un puro susto, la pura sorpresa.

La vida es y la muerte no es. Y sin embargo, los condenados desean la vida y los suicidas desean la muerte.

A la soledad no se le acerca ni su contrario, que es la compañía.

Los misterios de una papelera, un negativo de dos personas que se aman, o quizá las fotos rotas, los restos de los buenos recuerdos, o de un dinero mal gastado, me gustan más las fotos que los recibos, o una carta rota y que luego te dará pena no haber conservado, o el apunte de un título que te hizo perder el hilo, también algún boleto de la primitiva, la ilusión no cumplida, algún telegrama que te arrancó lágrimas, siempre papeles que sobran… Yo no tiro nada, soy una especialista en acumular.

FULEROS
Rafa
Un hombre de verdad cumple su palabra, sus juramentos son sagrados y su firma va a misa.
Pero yo tengo noticias de verdaderos fuleros, de tipos sin palabra. No son muchos, en realidad yo no conozco a ninguno, pero me cuentan de patronos que no pagan a sus obreros, de duques que meten la mano donde no deben y la sacan llena, de tan sucia, de representantes de los ciudadanos que gastan sin tino lo que no es suyo… pero también de feriantes que venden mal género, de campesinos que intoxican alimentos, de comerciantes que trucan los pesos y los cambios, de panaderos de masa congelada, de médicos que se olvidan de los consejos de Hipócrates y no atienden en condiciones si no cobran por adelantado, de abogados más pendientes de la astilla que los propios jueces y de jueces de semana caribeña que condenan a inocentes por no pagar lo suyo, o sea, más que al letrado…
En fin, que ser hombre de palabra o mujer de palabra es ser un buen hombre y una buena mujer, de los que no dan que hablar.

FAVORES
Víctor
Hay dos clases de hombre: lo que hacen favores y los que se aprovechan. Yo soy de los que hacen favores, no me preguntes por qué. Procuro hacerlos a gente de fiar, pero entre los que necesitan de tu ayuda los hay que no se la merecen. De eso te enteras después.
No hace mucho que me ocurrió una cosa grave. Me fié de un tipo que parecía serio. Tenía mucho rollo y mucho mundo, pero si a mí me engañó no fue por eso, sino por sus ojos de buena persona. Siempre tropiezo en la misma piedra, esta que cuento tiene de especial que ha sido la última. Su silla y la mía –esta que llevo hoy, o que me lleva a mí, mejor, y que conseguí a cambio de una indemnización del seguro del coche que me atropelló camino de ParqueSur– eran iguales y a la suya se le rompió una horquilla. Me pidió que le prestase la horquilla de la mía, pues yo me podía cambiar a otra vieja, que estaba en uso.
¿Que cómo terminó la historia? Pues que cada vez que salíamos a tomar algo tenía que pagar yo, pues me decía que estaba ahorrando para ponerse la horquilla.
El final final de todo fue que yo tuve que comprar otra horquilla nueva, con su rueda correspondiente, si quería poner en marcha mi silla nueva. Jamás me pagó la pieza de le presté, o la rueda.
O sea, que nunca dejaré de hacer favores a los que lo necesiten, pero ya me gustaría que esos que lo necesitan llevasen alguna matrícula para saber si son de fiar o no. Aunque a lo mejor pido demasiado.
Por pedir que no quede, sin embargo: declaro que no me importaría que alguien, alguna vez, me hiciese algún favor a mí, que aquí donde me veis, también los necesito como el que más.

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