Conchi
Felipe
era un hombre muy codicioso. Siempre le gustó ganar dinero y nunca
tenía suficiente, siempre quería más y más y más.
Hasta
que llegó un día que, jugando a la bonoloto, ganó una cantidad
grandísima de dinero. Tanto fue, que la gente le quería ver. Y él
se escondía porque no quería compartir con los demás, todo le
parecía poco para sí y lo quería tener completo.
Y
continuaba quejándose de que tenía poco y siempre quería volver a
ganar esto o lo otro. Contra más ganara más codicia tenía. Su
familia y sus amigos le echaban en cara que sólo pensara en el
dinero (o sea, que era un puro materialista, como la autora de este
cuento, yo).
Por
supuesto que también le gustaba gastar. Se compraba coches del
último modelo y aviones y yates del último modelo. Y siempre se
tenía que comprar algo, si no, no estaba conforme consigo mismo. Se
compró una casa también último modelo, pero no le bastaba.
Y
ya digo que estaba deseando volver a ganar un premio de lo que fuera.
Así que jugaba a todo, al bingo, a la lotería, al combo de la
suerte, a la bonoloto, a la quiniela, a los naipes en el casino...
con suerte diversa, eso sí.
Hasta
que un día jugó a la ruleta rusa y perdió, fulminantemente.
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