Estrella
Mario
era un chico de 13 años, había nacido en un pueblo de montaña,
lleno de praderas verdes y de árboles de cuyas ramas caían gotas de
rocío al amanecer.
Mario
se levantaba temprano todas las mañanas deseoso de ir a explorar los
enigmas de la naturaleza, se quedaba encandilado cuando oía los
ruidos del bosque en los que se mezclaba el sonido de las hojas
cuando las zarandeaba el aire, el murmullo de las fuentes, el trino
de los pájaros…
Siempre
salía al bosque acompañado de su perro Kendu.
Hace
cuatro años, cuando iba paseando por el bosque, como cada mañana,
oyó el quejido y los lamentos de un animal. Cuando se acercó para
ver qué era, vio a un pequeño cachorro de perro al que algún
cazador le había malherido en una pata. Y cuando este le miró a los
ojos, a Mario le invadió una profunda dulzura, y tomándolo en sus
brazos lo empezó a acariciar. El cachorro le agradecía sus mimos
dándole pequeños lametones en la cara.
A
partir de ese momento, Kendu formó parte de la vida de Mario, que
todas las mañanas le lavaba la herida con agua y sal y luego se la
vendaba.
Día
a día, con estos mimos, el animal iba recuperando sus fuerzas, cosa
que a su dueño le producía una gran satisfacción.
Cuando
el perro empezó a correr, fue cuando comenzó a llevárselo con él
al bosque otra vez. Lo sacaba por las noches para que le acompañara,
mientras Mario descubría los misterios del universo, lo cual le
producía también una gran ternura.
Entre
ellos dos se ha formado un gran lazo indestructible, mezcla de amor,
amistad y ternura.
A
Mario le gustaría entender el lenguaje de los animales, el ladrido
de los perros, el maullido de los gatos, el aullido de los lobos,
porque intuye que este lenguaje, incomprensible para los humanos,
tenía algún significado.
A
su perro Kendu ya lo entiende. Se podría decir que son dos almas
gemelas. Se complementan el uno con el otro, ya no pueden vivir
separados.
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