Quiero ser mi sobrino


Víctor
Yo quisiera olvidar mi silla de ruedas por un tiempo y ser como mi sobrino, que sale con sus amigas, hace lumbre debajo del puente, asa las patatas del rebusque y se las comen entre todos. Y algunos amigos todavía han llevado calimocho, que es la llave de todas las risas.
Dice mi sobrino que a las chicas de 15 años les gusta mucho reírse, o sea, el calimocho. Este verano pasado volvía yo de la feria y vi a tres amigas suyas en la puerta de Miguel, el tío de Modesta, en el escalón, en un estado un poco comprometido. Una de ellas no podía dar ni un paso más y por eso se habían sentado. Y el caso era que las otras dos tampoco estaban para tirar cohetes.
Se me ocurrió ofrecerles un chocolate con churros y lo aceptaron entusiasmadas. Así que me volví al ferial en busca de mi sobrino y él se encargó de llevarles el desayuno a las chicas, que ya eran más de las tres de la mañana, y en plenas fiestas de la Batalla.
A mi sobrino no le gusta beber, pero con las chicas del calimocho se le cae la baba, sobre todo si son un poco salvajes, de esas que lo mismo se suben a los árboles en busca de nidos que le roban los higos a Miguel saltándose las tapias del huerto o que con la bici llegan hasta Badajoz o cerca y twittean incluso con Camela. Las llevó el chocolate y los churros y con esto se les pasó el mareo y continuaron la fiesta. Eso sí, ya solo bailaban con mi sobrino, que por eso yo les había ofrecido el chocolate.
Y ayer mismo –cómo pasa el tiempo, ya estamos en diciembre– me dijo mi hermana que el sobrino estaba asando panceta y chorizos en la finca de una de estas chicas, la más salvaje, que habían hecho matanza en casa de cerdos pata negra y los niños tenían que certificar la denominación de origen.
Pues así vive mi sobrino. Y diciendo además, a quien quiera oírle, que la escuela es una perdición. ¿Me entendéis ahora por qué yo quiero ser como él?

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