DAR
VOCES
Rafa
Yo
sé lo que es un carácter fuerte. Conozco bien a esas personas que
siempre tienen razón, que ya se encargan ellos de tenerla, quiero
decir, de quitársela a los demás. Los conozco bien porque yo fui
uno de ellos. De nada me servía, pues tener la razón no es tener
amigos. Hablar fuerte aleja a las personas de uno, no las acerca. No
se hacen amigos dando voces.
CUADERNO
AZUL / 5
Carmen
–Buenas
noches, soy Lara ¿y las otras?
–Los
dos solos, ¡qué miedo!
–¿Me
das las llaves o quieres que me quede aquí pasmada, contemplándote?
–Cantas
tú muy bien, mientras friegas.
–Claro
que canto bien, ¡vaya descubrimiento!
–¡Ay,
qué sofoco! He venido corriendo y con el natural que yo tengo
enseguida me enciendo.
–Pues
yo vengo empapada.
–No
somos de piedra, señora.
–Todo
te lo imaginas tú.
–Yo
soy de esos que pim pam pum, en 2 segundos, listo.
–Bueno,
voy a ponerme la bata que no quiero hacerte sufrir.
–Tú
y yo tendríamos que ser más amigos.
–¡Ay,
que descarrilas!
–Con
el lío que ha organizado, Lara, si tú y yo estuviéramos a bien,
otra cosa sería.
–Bueno,
me voy a tomar el fresco.
–En
buena armonía el problema sería diferente. Con paciencia y sin
prisa.
–Uy,
uy, no se me acerque que las señoras somos de vidrio y el vidrio,
catacrac. ¡No se tocan las señoras!
–Si
no se dejan tocar.
–Chica,
¡qué silenciosa vienes! ¿Estabas de palique con el segurata u os
rascabais las pulgas?
–Ojo
con lo que dices.
–Que
yo no me meto.
–¡Buena
pájara estás tú hecha!
–Me
destetaron hace tiempo, sí. ¿Qué te ha dicho?
–Nada.
Que nos entiende y está con nosotras.
–¿Y
por qué nos vamos a dar la hostia?
–Me
imagino la cara de los oficinistas, mañana, cuando encuentren el
gallinero tan sucio como lo dejaron. Veréis como reniegan,
acostumbraditos a que unas burras de carga les limpien cada noche sus
meadas.
–De
momento sólo renegarán, pero que el patrón tarde mucho en avenirse
a razones, ¡que tarde!
–Mierda
amontonándose, que si polvo, que si colillas… aquí será el
llanto y el crujir de dientes cuando lo vean.
–Eso
si no se atasca algún lavabo y los váteres apestan. Empezarán
refunfuñando y acabarán llorando.
–Nosotras
tozudas, que lloren. El patrón acabará viniendo de rodillas,
arrastrándose.
–¡Y
sobre los meados!
–Lara,
rebajad la cosa a la mitad y os haréis con la situación. La empresa
no puede ceder en todo.
–¡Ya
salió la empresa!
–¡Si
te parece! Soy el segurata.
–Cuando
te despidan, claro que te echaremos de menos, rey mío.
–Yo
también mancho, claro.
–Si
sólo fuera por eso, mejor te pierdes ya.
–¿Has
visto qué luna hay?
–Buena
para encantamientos.
OTROS
TIEMPOS
Laura
y adredista 1
En
estos tiempos es imprescindible saber leer y escribir para encontrar
un trabajo y para defenderse en la vida. Si la sociedad te considera
ignorante te cierra muchas posibilidades. Mamá nos motivaba de
muchas maneras para ser buenos estudiantes y para ser comprensivos
con los que no pudieron ir a la escuela. Nos ponía el ejemplo de
Marina, una joven que llegó a nuestra casa para ayudar en las tareas
domésticas.
Marina
se había criado en un pueblo de Soria y no había ido nunca a la
escuela. Sus padres eran pastores de ovejas y cabras y vivían en una
cabaña casi todo el año. Marina tuvo una infancia feliz aunque
apenas se relacionaba con otros niños de su edad. Si alguien llegaba
a la cabaña solía esconderse y observar qué hacía y lo que
hablaba con sus padres. Poco a poco se acercaba a los visitantes y
terminaba siempre relacionándose bien con ellos.
Así
transcurrió su infancia, bastante feliz, pero sin jugar con otros
niños ni pasar por la escuela, pues sus padres no tenían
posibilidades. Desde joven ayudó en las faenas de sus padres y
terminó siendo una gran pastora.
Cuando
cumplió los 25 años ya no era tan feliz como de niña y buscaba la
forma de marcharse a la ciudad. Sus padres aceptaron con algo de pena
y con algunos miedos los deseos de Marina. En la ciudad se colocó
con facilidad limpiando en dos casas, una la nuestra.
No
tuvo dificultad en el trabajo, ni en relación con las personas, sólo
le preocupaba no saber leer ni escribir. La otra casa que limpiaba
Marina era la de Clara, que la recibió encantada, igual que su
marido y los tres hijos, que se criaban muy felices. Clara sintió
pena por ella al descubrir que Marina nunca había ido a la escuela y
con los libros de su hijo mayor decidió enseñarle a leer y
escribir.
Marina
aprendió muy deprisa y cada día que pasaba se sentía más feliz,
no sólo por haber encontrado una familia que la quiere sino porque
se iba manejando sola por la gran ciudad. Una pena le viene con
frecuencia a la cabeza: “¿Cómo estarán mis padres en la
cabaña?”, piensa.
No hay comentarios:
Publicar un comentario