Sentada del 6 de diciembre de 2012


UNA DOBLE BLANCA
José Luis
Tengo un hermano, Pablo, que me ha cambiado la vida. Ahora he descubierto que es un hermano de verdad, porque me llama y se preocupa por mí. Sobre todo, durante este último año, desde que se murió mi madre, que me quedé más solo que un caracol atravesando la carretera con la casa a cuestas.
Este verano me ha llevado hasta Mojácar, a pasar unos días. El primer día, nada más aterrizar, le dije a Pablo que me acompañara hasta un bar donde recuerdo que yo había estado de pequeño con los padres. Quería volver allí porque en aquel lugar habíamos visto algo que no he podido olvidar en toda mi vida: en la pared principal del establecimiento había pintada una cara que para mí siempre ha sido un misterio y un gozo. No había vuelto al lugar y sería un milagro que el sol o el agua o el fuego no la hubiesen borrado, pero a veces estos milagros se producen.
No me resultó nada fácil guiar a mi hermano por las calles empinadas del pueblo, pero recordaba aproximadamente cada revuelta y cada cuesta.
Me vas a reventar con tu capricho –protestaba Pablo, que empujaba mi silla de ruedas.
Teníamos que subir hasta la última curva, antes de entrar en la plaza. Y allí, en un pasadizo a la derecha, a resguardo de muchas intemperies, tenía que estar la entrada al bar y el mural que yo recordaba. Veinte años son muchos años para que continúe viva una mujer sobre un muro de cemento, por más que esa mujer haya sido tan especial para mí.
Y llegamos. Mi hermano Pablo sudaba a consecuencia del esfuerzo a pleno sol y no deseaba más que beber lo que fuera. Pero allí estaba, ante él, el rostro de la mujer que me había emocionado hacía tantos años. Pero él miró el mural y alucinaba… Alucinó aún más emocionado que yo mismo cuando lo descubrí. Ahora lo comprenderéis.
Pero, tío, ¿pero qué es esto? Si es un retrato de nuestra madre, si parece viva.
Es lo que tienen los veranos, Pablo –le dije yo–, que siempre encontramos a nuestro doble, o a algún conocido.

LA PUERTA DEL SOL
(desde mi silla de ruedas)
Laura
Es sorprendente cuando enciendes la tele y ves la gran movida que se ha organizado en todo el centro de Madrid. Veo toda esa masa de gente de acampada y me digo: “Ya era hora de que el pueblo se manifestara contra los banqueros y el Gobierno, que están ahogando a los trabajadores, exigiéndoles siempre más de lo que ellos pueden, como si el esfuerzo que ellos tienen que realizar cada día que sale el sol fuera cualquier cosa”.
Una de las imágenes que más me ha impresionado es cómo se reparten agua para poder soportar el calor. Es una señal clara del mutuo apoyo entre los manifestantes; aunque la verdad es que me impresiona todo lo que está sucediendo, todo es hermoso. ¡Qué gusto! ¡Qué suerte! A través de la televisión que me regalaron mis hermanos (aunque con mi dinero, la verdad, que he trabajado mucho como enfermera en los hospitales y por eso entiendo tan bien a estos chicos que acampan en Sol) puedo verlo todo en el momento que se produce.
Envidio a toda aquella gente. Sé que es imposible para mí estar con ellos, en mi silla de ruedas no me atrevería jamás a ir, aunque algunos compañeros ya se han asomado por allí. Pero tengo ojos para verlos y la suficiente imaginación para sentirme en medio de los manifestantes, contagiada con su euforia, que me sube el ánimo a tope. (Me he pasado un pelín, yo creo, con la euforia, ¿no?)
Me enorgullece ver jóvenes y mayores así de valientes y libres, yo en su lugar sentiría en estos momentos algo de miedo.
No tengo amigas aquí, en el Centro, para compartir este tipo de emociones, por eso el taller de Escritura Creativa me ayuda tanto a vivir y a revivir, que me permite desahogarme con Nano y soltar todo lo que pienso y que nunca hablo, y así podemos escribir.
Con la Puerta del Sol, ese milagro de acampada innumerable, hoy ya me he vaciado totalmente y no me sale más.

EL DON DE LA RESACA
Conchi
Lo peor de la borrachera es la resaca, que luego te da vueltas todo y empiezas a devolver y no puedes oír un ruido porque todo te molesta. El estómago se revuelve y lo vomitas todo, hasta sangre, si tienes úlceras como yo.
Así me encontraba a la vuelta de Logroño. Me había ido allí de vacaciones con la Frater después de que muriese mi hermano. Y por eso bebía, para olvidar.
Lo cierto es que cuanto más bebía, más olvidaba. Pero luego qué mal me sentía. Y cuando me recuperaba de la resaca, vuelta a empezar. Recordaba a mis padres, que se habían quedado deshechos por la muerte de mi hermano, lo mismo que yo. Y eso era suficiente para comenzar a beber otra vez como una salvaje.
Hasta que no vine a Madrid no dejé de beber. Recuerdo aquellos días de vacaciones como los más salvajes y los más tristes de mi vida. Un poco más y me hago una escritora maldita, o sea, alcohólica.
Lo cierto es que yo nunca me he sentido tan bien como cuando bebo, ¡gracias, hermanito!, es lo que aprendía del disgusto que nos diste. Cuando bebo me siento alegre, eufórica, no sé por qué, pero tengo una chispilla en los ojos que se me nota que he bebido.
Y cuanto más bebo, más feliz me siento, no sé por qué. Parece una estupidez, pero es así. Si pudiera, estaba borracha todos los días.
Con la bebida, contra más borracho estás, menos recuerdas del pasado, que los recuerdos son el pozo que esconde todos los cadáveres. No hay como beber para que se desvanezcan tus remordimientos y así vivir feliz como los inocentes.
Otra vez gracias, hermanito, por enseñarme el vino, ¡qué invento!

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