Isabel
No
lejos de la ciudad donde yo vivía, en pleno campo vivían dos
matrimonios amigos, pero un poco alejados uno del otro.
Uno
de los matrimonios tenía un rebaño de ovejas y vivían modestamente
bien. El otro vivía un poco más apretado, en una choza de piedras,
pequeña aunque caliente. Vivían de la recogida de leña, que luego
vendían a buen precio o, la más apropiada, la empleaban para hacer
carbón. También recogían por la noche castañas, que también
vendían. Y así malvivían.
Yo,
que repito que vivía en la ciudad, de vez en cuando iba a verlos y
les llevaba un gran jamón de bellotas, o les llevaba una manta o
pantalones y camisa para él, y para ella un vestido de lana. Se
ponían muy contentos. A los pastores no les llevaba nada, pues
tenían más posibles.
Como
llegaba la Navidad, los de la choza decidieron ir a ver a sus
vecinos, para decirles que este año pasarían la Navidad en su choza
todos juntos, y de paso me invitaron a mí también.
Ellos
bien sabían que yo siempre soñé con un regalo muy especial: no es
otro que levantarme un día y no necesitar ya de mi silla de ruedas,
y que poder saltar y bailar como una peonza, o volar en un parapente,
que ilusión. En mi regalo, que siempre es un sueño muy largo, yo
vuelo y doy varias volteretas, ¡cómo disfruto volando! Pero llega
la hora de bajar y siempre caigo en la boca de una cueva llena de
víboras y escorpiones que, al verme, me rodean. Una serpiente salta
sobre mí, me pica en un pecho y yo me asusto. De pronto aparece otro
parapente y desciende hacia mí, es alguien de la Cruz Roja, estoy
salvada, un doctor. Yo le digo que una víbora me ha picado en un
pecho. ¿Qué me puede hacer? Pues chupar el veneno, después de
hacerme una incisión. Pero me chupa tanto que termino despertándome
con un orgasmo tremendo.
Pero
mis amigos también saben que este regalo no me lo pueden hacer y
piensan en otra cosa. Así que se fueron a un pinar a por el pino y a
recoger piñas, que luego las pintaron de color rojo, y con papel de
plata hicieron estrellas para decorar su pino y poner unas cintas
doradas.
Ya
estaba todo listo en la choza para la llegada de los amigos y
pusieron los regalos que amorosamente nos habían hecho.
Yo
fui la primera en llegar y abrí el mío con sorpresa e ilusión. Me
habían regalado unos guantes de piel que por dentro tenían lana de
las ovejas de sus amigos, que abrigaban mucho.
Pronto
llegaron los vecinos pastores, también con regalos. Tampoco me
pudieron regalar lo que yo más deseaba, claro está, pero me alegré
mucho de pasar con ellos la Navidad, una Navidad llena de sol, por
suerte.
No hay comentarios:
Publicar un comentario