Isabel
Cuando
llegó Dora a verme y la miré, me quedé de piedra. Venía de
Alicante con unos pantalones rotos y la cara sucia. Olía mal porque
además había bebido vino malo. Me aguanté las ganas de regañarla,
porque no me gustaba como venía, parecía una pordiosera y me
avergonzaba de ella. No quería que se enfadara conmigo, pero me daba
vergüenza que viniese así, la debió de ver todo el mundo tan
desastrada.
Llegó
en pleno invierno, había nevado y hacía un frío como nunca en todo
el año. Ella llamó a mi puerta y me dijo que estaba helada. Yo la
dije que entrara, me daba pena, la puse una taza de chocolate
caliente y ella me lo agradeció. Me dio las gracias, yo no le dije
nada, ella se echó a llorar, me pedía perdón pero no sé por qué
lo haría, no al menos hasta este momento.
Porque
Dora terminó abusando de mi buena fe. Un día noté que me había
quitado dinero, la cogí por banda y la maldije furiosa. Se fue de mi
casa, pero tres días más tarde Dora volvió y me entregó un sobre
con el dinero.
–Qué
has hecho, desgraciada?
–Pedir,
me he puesto a pedir –me dijo
Dora
venía harapienta pero limpia, y olía bien. Yo la perdoné, volví a
acogerla en casa y es mi mejor amiga.
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