Carmen
Disfruta
una a veces más con la sorpresa de los humildes y simples que con la
cháchara de los grandes genios previsibles.
Tristes
campanas tocando a muerto o a rebato. A cada cual le toca la suya. La
mía me tocó en el 85 u 86. Entonces sonó mi campana para ingresar
en Alcuéscar… Allí conocí a un chico rubio, alto, la visita del
médico, pues resultó ser bastante cochino y de poco soso, que bebía
el caldo sorbiendo los platos… Y además estaban aquellas
escandalosas y empinadas rampas verde oscuro por todos los pasillos
de la planta baja, en una residencia para cojos y en un sitio por
completo llano, que al principio me hacían llorar como el tequila de
las coplas… De repente tuve que asumir que mi gente estaba lejos,
que nada volvería a ser lo mismo, que tendría que vivir sola y que
nunca más volvería a oír a mi sobrino decir aquello de “Tía,
siéntate a ruedas” cuando íbamos a comer.
Tengo
un recuerdo lejano de mi visita más fascinante al Museo del Prado,
en una excursión del IMSERSO. Contrató para nosotros, que ya es
raro, a un guía atractivo, con barba, moreno, Mauricio creo que se
llamaba. Nos explicó a Velázquez, que era tan genial e iba tan
sobrado que nunca firmaba sus cuadros. Velázquez era el puro
equilibrio, al revés que Goya, más psicológico, que juntaba bello
con feo según estuviera o no en conexión con su modelo. De El Greco
nos explicó su manía por alargar las figuras para hacerlas más
leves, más espirituales, incluso usó locos como modelos para sus
apóstoles alucinados. Son útiles estos viajes con guía pues
aprendes lo que saben los expertos y te haces tu opinión con más
fundamento. Descubrí un San
Sebastián
del Greco que no conocía, hecho de retales, pero venía yo buscando
un Juicio
de Salomón,
creo que de Rubens, que tanto me gustó siendo cría y que no pude
encontrar, a saber si estará en sus colecciones. De Goya me emocionó
su cuadro Boda
de interés,
donde se ve a una criatura, una maja, llevada medio a rastras al
altar, como a cumplir una condena.
Me
pregunta el jefe, el cuentista, que por qué escribo. Pues hola, soy
Carmen Soria y estoy otra vez encantada de estar aquí haciendo lo
que quiero, pero no sé contestar, no es pregunta fácil, no sé por
qué escribo.
Hablemos
de
sexo, madre, que es más fácil. Apenas recuerdo la conversación de
mis padres para explicarme de dónde vienen los niños en Soria.
–¿Has visto como nacen los corderos de la era? –Sí. –Pues es
igual. También veía pastar y parir a los caballos de una tal
duquesa de Medina Sidonia, cuyo marido tenía campos por allí, así
que pronto supe que los bebés de Soria venían de las eras. Pero
tardé mucho tiempo en saber qué podía ser un francés, no lo
entendí hasta que todos tuvimos noticia del chupachús de Clinton. Y
sobre el griego ya no he querido preguntar. En fin, qué mal lo deben
de pasar las parejas cuando el hombre quiere una cosa y la mujer
otra. ¡Y siempre cedemos las tontas de las mujeres! Recuerdo ahora
el susto de la primera regla. –Tranquila, es un fenómeno natural,
me decía mi madre. Pero en España el sexo se aprende a plazos.
Hasta que no lo hablé con mis amigas no me enteré del todo. Aunque
del todo, del todo, en la fila de los mancos, en el cine Garden,
acompañada de un cojo de muletas con aspecto de gaucho argentino, a
quien castigaba con mis eternas dudas. ¡Y la película, erótica,
para rematar!
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