Cuaderno azul / 8


Carmen
Disfruta una a veces más con la sorpresa de los humildes y simples que con la cháchara de los grandes genios previsibles.

Tristes campanas tocando a muerto o a rebato. A cada cual le toca la suya. La mía me tocó en el 85 u 86. Entonces sonó mi campana para ingresar en Alcuéscar… Allí conocí a un chico rubio, alto, la visita del médico, pues resultó ser bastante cochino y de poco soso, que bebía el caldo sorbiendo los platos… Y además estaban aquellas escandalosas y empinadas rampas verde oscuro por todos los pasillos de la planta baja, en una residencia para cojos y en un sitio por completo llano, que al principio me hacían llorar como el tequila de las coplas… De repente tuve que asumir que mi gente estaba lejos, que nada volvería a ser lo mismo, que tendría que vivir sola y que nunca más volvería a oír a mi sobrino decir aquello de “Tía, siéntate a ruedas” cuando íbamos a comer.

Tengo un recuerdo lejano de mi visita más fascinante al Museo del Prado, en una excursión del IMSERSO. Contrató para nosotros, que ya es raro, a un guía atractivo, con barba, moreno, Mauricio creo que se llamaba. Nos explicó a Velázquez, que era tan genial e iba tan sobrado que nunca firmaba sus cuadros. Velázquez era el puro equilibrio, al revés que Goya, más psicológico, que juntaba bello con feo según estuviera o no en conexión con su modelo. De El Greco nos explicó su manía por alargar las figuras para hacerlas más leves, más espirituales, incluso usó locos como modelos para sus apóstoles alucinados. Son útiles estos viajes con guía pues aprendes lo que saben los expertos y te haces tu opinión con más fundamento. Descubrí un San Sebastián del Greco que no conocía, hecho de retales, pero venía yo buscando un Juicio de Salomón, creo que de Rubens, que tanto me gustó siendo cría y que no pude encontrar, a saber si estará en sus colecciones. De Goya me emocionó su cuadro Boda de interés, donde se ve a una criatura, una maja, llevada medio a rastras al altar, como a cumplir una condena.

Me pregunta el jefe, el cuentista, que por qué escribo. Pues hola, soy Carmen Soria y estoy otra vez encantada de estar aquí haciendo lo que quiero, pero no sé contestar, no es pregunta fácil, no sé por qué escribo.

Hablemos de sexo, madre, que es más fácil. Apenas recuerdo la conversación de mis padres para explicarme de dónde vienen los niños en Soria. –¿Has visto como nacen los corderos de la era? –Sí. –Pues es igual. También veía pastar y parir a los caballos de una tal duquesa de Medina Sidonia, cuyo marido tenía campos por allí, así que pronto supe que los bebés de Soria venían de las eras. Pero tardé mucho tiempo en saber qué podía ser un francés, no lo entendí hasta que todos tuvimos noticia del chupachús de Clinton. Y sobre el griego ya no he querido preguntar. En fin, qué mal lo deben de pasar las parejas cuando el hombre quiere una cosa y la mujer otra. ¡Y siempre cedemos las tontas de las mujeres! Recuerdo ahora el susto de la primera regla. –Tranquila, es un fenómeno natural, me decía mi madre. Pero en España el sexo se aprende a plazos. Hasta que no lo hablé con mis amigas no me enteré del todo. Aunque del todo, del todo, en la fila de los mancos, en el cine Garden, acompañada de un cojo de muletas con aspecto de gaucho argentino, a quien castigaba con mis eternas dudas. ¡Y la película, erótica, para rematar!

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