Conchi
Si
quiero que mi madre dé el consentimiento tengo que convencerla de
alguna manera, exagerando las cosas un poco y machacándola todos los
días: que me dice “Buenos días” cuando llega al centro, pues yo
la digo “Deja que me operen”. Que me pregunta “Qué tal el
nivel de azúcar esta mañana”, pues yo respondo “Deja que me
operen”. Que me insiste en que tengo que ir al gimnasio por la
tarde, pues yo insisto “Deja que me operen”... Lo bueno es que mi
madre tiene bastante menos aguante que yo y no creo que me cueste
tanto convencerla.
Pero
ella no es lo peor. Peor es no tenerla cerca. Porque aquí te la
juegan con el juez por menos de nada. La libertad se paga muy cara
aquí, y cuando digo libertad digo hacer lo que te da la gana, que
tampoco para ser libre hay que tener mucha imaginación.
Pues
por menos de nada se las arreglan para incapacitarte. Basta que te
vean indeciso en la silla, si salir o entrar. Te acuestas libre y
responsable de tus actos y te levantas incapacitada.
Y
luego te enteras por la asistente social de aquí de que no puedes
sacar ni un duro de la cartilla. Pero eso no es lo peor. Que lo que
yo quería contar hoy es que resulta que me tienen que operar del
esófago y mi madre no quiere y la tendré que convencer. Pero
imagínate si estuviese tutelada. ¿A quién tendría que convencer,
al juez, a los responsables de aquí? Estaría en manos de extraños,
no ya mi cuerpo, sino mi destino.
Con
mi madre ya puedo yo, que ella dice que no quiere que me operen, que
le da miedo que me pase algo en la camilla del quirófano porque ya
son 15 anestesias las que llevo en mi cuerpo. Pero yo estoy
tranquila, que estoy en buenas manos con el profesor Torres, le
conozco y él a mí. Es un manitas y yo cada vez le tengo más
confianza, es el mejor cirujano para mí.
Pero
vete a hablar de estas cosas con un tutor: con un tutor se jodió
todo, ya no eres nadie, ni operarte puedes libremente.
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