Compañero


Laura y adredista 1
Es muy difícil encontrar aquí, en la residencia, un compañero para comentar cosas. Todos estamos tan ocupados en sobrevivir que no vivimos.
Yo encontré a un compañero que se llamaba Ramón. Era 25 años mayor que yo y siempre pensé que él me encontró a mí, una persona buena, muy dependiente y muy callada.
Es curioso, yo quería alguien con quien hablar y Ramón apenas hablaba conmigo. Y eso, a pesar de que me organizaba todo el día: iba a comprarme fruta, me acompañaba en las salidas por la calle, paseábamos juntos por el parque, me arreglaba la habitación...
Ahora ya me desenvuelvo sola mucho mejor que antes y ordeno la habitación lo mejor que puedo, porque el orden está presente en mi vida, siempre lo estuvo.
En esa época de convivencia con Ramón, él estaba asfixiado por sus problemas y no tenía ganas de vivir. Es mi costumbre olvidar las fechas y por eso no recuerdo exactamente cuando murió. Seguro que han pasado más de tres años y aún lo tengo presente y me acuerdo de él.
Coloqué en la pared un cuadro en el que estamos retratados los dos, y ello me hace recordar todo lo que me enseñó. No sé nada de su hermana, hasta he olvidado su nombre. Venía a vernos de vez en cuando y muchas veces fuimos a comer a su casa. Se portaba fenomenal con nosotros porque tenía mucho cariño a Ramón, que era su hermano mayor.
No me explico por qué su hermana no ha vuelto a dar señales de vida, desde la muerte de su hermano.
Yo sigo aquí mi vida como entonces, lo más correcta posible y sin pensar mucho en la hermana, no le doy ninguna importancia a su ausencia.
Ramón, aunque está muy serio en el cuadro –ya en vida no tenía ninguna alegría, no podía, me estaba amargando un poco– me llena la ausencia tan desagradable de su hermana.
Si se te muere un auténtico compañero, es posible tenerlo presente siempre, al menos ese es mi caso.

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