Qué tiempos


Conchi
Recuerdo que mi madre a los 5 años, para que no me meara encima, me acostumbró a hacer mis necesidades en el servicio. Me decía: “Hazlo en el servicio o te quemo el culo”.
No sabe ella cómo le doy las gracias, porque sino ahora tendría que estar usando pañales, o sea, dodotis.
Me decía “te quemo el culo” para que controlara, y vaya si controlaba, porque yo creía que me iba a quemar el culo con agua hirviendo. Me he acostumbrado a aguantar como una leona, el animal más estreñido del mundo.
Me acuerdo que mi padre, cuando era pequeña, me compró un triciclo rojo de esos y yo daba pedaladas, porque podía darlas mejor que ahora. Tendría 4 ó 5 años por aquel entonces y me iba de parte a parte de la casa.
Entonces vivíamos con mi abuela y a ella todo le molestaba. Éramos seis personas allí: mi padre, mi hermano, mi madre, mi abuela, mi abuelo y yo. Reconozco que la casa era muy pequeña, pero yo era una cría y no era justo que mi abuela no me dejase jugar con el triciclo y le dijera a mi padre que quería que se comprara una casa para que se llevase de allí a sus hijos. Yo creo que estoy peor de mi minusvalía por eso, porque mi abuela no me trataba bien. Mi padre nunca le perdonó eso, que se portara tan mal con sus nietos.
Y también, por unos Reyes, me compraron una aspiradora a pilas, la ilusión de mi vida, con bolas de corcho blanco. Para mí fue el mejor juguete de mi vida. Y luego me compraron un muñeco que gateaba y se llamaba Patoso y parecía un niño pequeño. Por esas fechas estaba yo en el hospital y todos los médicos jugaban con el dichoso muñeco de un lado para otro, y por eso estaba tan sucio.
Tuve otro muñeco al que le dabas papilla y se cagaba con una mierda líquida. Se llamaba Tragoncete y era una cosa asquerosa, le dabas de comer y al rato se cagaba. Tenía pañales y biberón.
Por fin me regalaron la Nancy y el Lucas y me pasaba el día casándolos.
Me acuerdo que una tía me compró el armario de la Lesly porque me rompí la nariz, la última vez, cuando me tiraron en el colegio especial al que iba, que antes se llamaba Pacys y ahora se llama San Vicente y lo han dejado para psíquicos.
Me he roto la nariz tres veces: la primera vez fue por intentar coger un perro de cuerda con el que estaba trasteando todo el día. La segunda vez porque fui a coger unos zapatos. Y la última fue esta, cuando me tiraron en el garaje del colegio al suelo.
Llegué con la nariz rota, echando sangre, y mi madre me llevó corriendo al hospital “1º de Octubre”, donde me operaron atada con una sábana, como a los locos.
Por eso que guardo un mal recuerdo de este hospital, del único.

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