Verde


Laura
La ciudad es cómoda para vivir, tengo a mi alcance todo lo que necesito. Cada mañana me despierta el ruido de los pasillos y levanto la persiana porque me gusta más la luz natural que la simple bombilla. La luz y el calor del sol me dan alegría.
Me aseo algo acelerada porque tengo que hacer muchas tareas. Las cuidadoras me lavan la parte de los genitales, pero yo me lavo las axilas. Me visto sola poco a poco, descolgando la ropa interior que tengo colgada en la puerta del armario, por la parte de fuera. Por suerte, todavía tengo vista y facilidad de movimiento en mis brazos, y mientras pueda ser quiero valerme por mí misma.
Me peino y me lavo los dientes. Cada equis tiempo me ponen un enema Cassen y hoy me ha tocado.
Por fortuna, me muevo con silla eléctrica. Antes de salir de mi habitación en la segunda planta, me acerco a la ventana y me quedo entusiasmada viendo el paisaje tan verde que tengo ante mí. Al contemplar los árboles frondosos, me viene el recuerdo de mis escapadas a la sierra en compañía de mi amiga Marisa. Gracias a la tienda de campaña que alquilábamos juntas, pasábamos quince días inolvidables al aire libre.
Siempre me gustó ir de excursión a la montaña. Ahora ya no puedo, pero al abrir mi ventana revivo los olores de la sierra, distintos según la zona que íbamos cruzando. También me parece escuchar el ruido del agua como fondo del cantar de los pajarillos. Observaba sin prisas todos los bichillos del campo.
Mirando hoy desde mi ventana, a pesar de mi mala memoria, recuerdo como si la viera otra vez aquella mariquita roja con puntos y rayas negras en su pequeño caparazón, que parecían pintados con acuarela, y con aquella mariquita me viene también el mismo pensamiento de entonces, me gustaría ser una pequeña mariquita para estar siempre en el bosque. 

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