Cuaderno azul / 14


Carmen
Tal vez, como siempre he andado de puntillas a consecuencia de mi parálisis, quise ser bailarina para darles utilidad, o quizá monja, por el hábito. Y quise ser secretaria que escucha, escribe y calla, como la canción. También recuerdo que era muy desobediente, malísima: mojaba la cama, no comía, ocultaba mis adelantos en el aprendizaje cuartelero de Górliz, pensando que de vuelta a casa se acabarían todos mis males. Y mis lecturas de cuentos y mi afición a la mantequilla y el dulce. Quizá la mía fuese una infancia anodina, sin muchos estímulos.

Quizá mis lágrimas con Platero y yo fueran mis lágrimas más tristes. Eso sí, después de las derramadas leyendo las vidas de los mártires en el Año Santo. Y mis primeras risas quizá con Julio Verne y su La vuelta al mundo en ochenta días, o con las peleas a palos que describe Armando Palacio Valdés en La aldea perdida. Un libro muy fuerte, que me gustó, pero triste como la pobreza, que me descubrió la dureza de la vida y la miseria, fue Las ratas, de Delibes: qué impresionantes escenas, qué terrible. Pero el libro que nunca me cansaría de leer es El lazarillo de Tormes, porque siempre me sorprenden las maldades de los curas y de los ciegos.

“Carmelines, deja de cortar flores que vamos a comer”. Esta era mi madre llamándome a voces en la era de Quintana Redonda. Yo no le hacía caso, entretenida como estaba cogiendo margaritas gigantescas cerca de tres cruces de granito, a las que llamaban el Calvario. Las niñas de la escuela iban con su carretilla a coger sacos de piñas o arrastraban támaras para la lumbre.

No sé, quizá me hayan educado con mucha lástima, siempre me protegieron demasiado. Recuerdo que mi madre me decía: “Ponte en una barra y haz ejercicio”, pero jamás le hacía caso y no pasaba nada. Y mi hermano, mientras, se llevaba todas las broncas.

Imposible entenderse esos dos: “‘Problemas’, qué querrá decir cuando dice ‘problemas’, nunca dice nada por más que quiero hablarle”, piensa el chico. Y la chica piensa: “En mala hora se me ocurrió pronunciar esa palabra”, y continúa callada para no volver a equivocarse. “¿Por qué?, ¿qué he hecho yo?, nunca dices más que ‘problemas’” protesta el chico, y piensa para sí: “Será por el rechazo de su minusvalía, de los padres, o porque no tiene confianza con su madre y padre y eso la corta en nuestra relación”. ¿Qué le ocurrirá a esta chica? Cómo la comprendo.

Sueño con bailar y no me muevo apenas.
Sueño con reírme y estoy llorando.
Sueño con ser prima donna, Salomé con sus velos, y de repente me despierto en una silla de ruedas.
Se tienen sueños y a veces no se ponen los medios para hacerlos posibles.

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