Los escritores adredistas somos mutilados de esta sociedad, no hay diferencia entre nosotros y cualquier otra víctima de las disciplinas. En ESCRIBIRADREDE creamos en común porque compartimos conocimientos, lengua y pan. Nos parece que competir es amputar y por eso sumamos. Creamos historias y consumimos historias para librarnos de esta absurda batalla de todos contra todos en que se convirtió el mundo un día que ya ni recordamos, pues las historias trazan los mapas que nos sacan de aquí, de este progreso que ha vaciado el corazón de la humanidad.
Adrede vino a parar a nuestra lengua desde el latín ad directum, pero a través del catalán adret, lo cual hizo el viaje más entretenido.
¿Qué se puede decir de una mujer que ha criado trece hijos? Sólo para ponerles nombre a cinco chicas y a ocho chicos hay que ser una poeta. Carmen se llama la hija mayor y Ramón el hijo mayor, que soy yo. Y Jesús, el más pequeño de todos.
No he conocido a ninguna mujer más tranquila y satisfecha con su suerte. Rodeada como estaba siempre de preocupaciones, que si un hijo tose, que si el otro estornuda, que si un arañazo, que si un brazo roto, que si una descalabradura, que si a este le gusta la música, a aquel la escalada, al otro el ciclismo, cada año que pasaba aumentaban los problemas y aumentaba el número de hijos, pero no disminuía su entusiasmo. Además de haberles dado la vida, esta madre, que es mi madre, les enseñaba también a vivir. No tengo memoria de haber ayudado a mi madre en los cuidados de mis hermanos, nunca me faltó tiempo para el baloncesto. Mi hermana Carmen sí ayudaba a mi madre. Los chicos, si acaso, hacíamos los recados, nada más. Ella se ocupaba de todo, nos lavaba, nos vestía, nos vigilaba, era una mujer siempre despierta, siempre activada, siempre presente. Y todavía ayudaba a mi padre en la oficina, con los encargos o cogiendo los avisos de mudanzas. Cada vez que pienso en mi madre, pienso en una persona feliz.
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