Sentada del 21 de noviembre de 2013


DESESPERANZA
Peva
Foto: D. Sharon Pruitt
Dicen que la esperanza es lo último que se pierde, ¡eso dicen! Nosotros los humanos necesitamos de la esperanza para sobrevivir. ¿Cómo se podría vivir ahora sin tener esperanza? Vivimos en tiempos inciertos, que un buen día saliste a la calle y se te puso cara de parado de larga duración. Y empiezas a caminar por la acera en busca de nada, como tantos días. Te has dicho: “¡Hala, me voy a dar una vuelta!”, pero en realidad lo que esperas es encontrar algún rollito que te dé de comer, pues no tienes un duro y tienes que comer, que el paro es tan jodido que no te quitó el hambre. Aunque hoy es tu cumpleaños y te atreves a esperar incluso más: te encantaría darte un homenaje, una docena de pasteles y una flor. O mejor todavía, esperas que aparezca en tu vida un mecenas y te diga por fin: “Parado de larga duración, hoy es tu día de suerte. Vente conmigo, que tengo un bello trabajo para ti, un trabajo que está hecho a tu medida”. Solo con mirarte a la cara ha adivinado lo que siempre te gustó hacer en la vida. Y con este trabajo tan bello vas a disfrutar a tope, pues el tipo ha sacado su varita mágica, te ha tocado la cabeza con ella y ha llenado tu sesera de las mil historias inéditas y bellas que siempre quisiste imaginar. ¡No tienes más que ponerte a escribirlas!
Sí, la esperanza es lo último que se pierde, pero se pierde. Y cuando pierdes la esperanza entonces sí que estás jodida. Entonces sí que te puede cambiar la vida de un día para otro. Yo creo que la desesperanza es mucho peor que tener una enfermedad grave. Sabes cuando aparece la desesperanza en tu vida, pero nunca sabes cuánto va a durar. El parado de larga duración termina desesperando, y entonces sí que no sabe qué hacer con su vida. Debe de ser trágico levantarse cada mañana para no hacer nada.
Bueno, yo no tengo que irme muy lejos para comprobarlo. En esta residencia pasan mucho esas cosas, la gente se levanta de la cama para nada y se muere cuando le llega la hora. En realidad se levanta todo el mundo para comer y la mayoría no hace otra cosa.
Pero en mi caso, la desesperanza es por ejemplo bajar en el ascensor (por las escaleras lo tengo francamente difícil) y saber que no habrá nadie esperándome para darme un rato de charla. Lo cierto es que yo tampoco me prodigo mucho que digamos. He que reconocer que yo voy mucho a mi bola y tengo que dar la razón a los que me tachan de ser un poco borde. Por cierto, declaro aquí mismo que no pienso cambiar para nada, ya soy un poco mayor para eso.
El caso es que me han hecho muchas putadas a lo largo de mi vida y por ello el ser humano ya no me ilusiona como antes. Vivo desesperanzada y soy borde porque he aprendido que los humanos somos muy complicados y muy egoístas. Cada cual tiene su biografía y sus propias necesidades, y yo he perdido la esperanza de encontrar al amigo dispuesto a respetarme, que no arrebatará mi libertad, aunque a ratos pueda echarlo de menos.
Siempre un amigo te robará una parcelita de tu intimidad, pero que nadie pretenda hacerse conmigo porque no me va a encontrar. He de reconocer que hace algún tiempo tuve dos amigos que me hicieron sentirme libre, Jesús y Juan, ellos dos sí comprendían que yo era una persona que, a pesar de mi silla, tenía que hacer lo que me salía de los ovarios.
Ellos me alegraban los días, pero en la vida también hay que aprender a despedirse. Hay que saber recibir a la amiga muerte como se merece, con agradecimiento, pues si no muriese nadie hace mucho que ya no cabríamos en este planeta. A esta conclusión me han llevado mis vistas a ParqueSur en día de fiesta, con todas las tiendas abiertas y la gente por allí, que no va a ninguna parte y que parece que no sabe ni andar, o mejor, que lo hace sin cabeza. Cada vez que veo a todas estas personas sin rumbo fijo, agradezco que la muerte haga sitio a nuestras futuras generaciones. En fin, que las despedidas son inevitables y dolorosas muchas veces, y precisamente por ello no estamos obligados a saludar al primero que nos crucemos o abrir la puerta al que se le ocurre llamar porque pasaba por ahí.
Con todo, la desesperanza es terrorífica.

TERNURA
Laura

Foto: malglam
María vive feliz porque ha tenido una niña hace dos meses. Parece que va a ser rubita, sus ojos son verdosos, la carita redonda es propia de un bebé bien alimentado, y sobresalen los rollitos de sus muslos. Cuando la niña mama coge el pezón bien cogido, lo chupa con fuerza y con una manita se apoya en la teta de su madre. Al terminar de mamar, María juega un ratito con su hija, justo hasta que echa los gases y se queda dormida en sus brazos. Entonces con mucho cuidado la coloca en la cunita y la contempla con gran felicidad. Estos momentos tan tiernos hacen muy feliz a la madre. Y ahora sabe que tiene un ratito para salir a la compra.
La mañana está fresquita y ella se abriga bien. La calle está mojada pero no llueve. El mercado está más lejos de la casa de lo que ella desearía, por eso prefiere cruzar por un descampado para acortar el camino. En el descampado oye el llanto de un niño pequeño y no puede menos que recordar a su hijita cuando tiene hambre. Guiada por el oído descubre a un bebé junto a un banco roto, está delgadito y con apariencia de frío. Inmediatamente lo coge, le coloca la escasa ropita hasta que lo envuelve y lo achucha en sus brazos para darle calor. Sospecha que llora por hambre y no duda en darle el pecho para que mame. El bebé se agarra a la teta con fuerza mientras a María se le llenan los ojos de lágrimas. Y no duda en ponerle el otro pecho, que el niño chupetea con una fuerza tremenda, señal clara del hambre que tiene. María se siente desbordada de ternura y de una alegría que no había experimentado jamás, ni siquiera con su propia hija.

EL BAILE DE SANTA ÁGUEDA
Ramón
Foto: Gerardo Lazzari

Teníamos 18 años y éramos felices. Javier y yo íbamos juntos con frecuencia a las fiestas de los pueblos. Aquel invierno, un sábado de febrero, decidimos acercarnos hasta Zamarramala, a las fiestas de Santa Águeda. No es que nos interesase mucho la historia, pero cuando llegamos ya habían nombrado la alcaldesa, tampoco sé cómo lo hacían.
Nosotros íbamos a bailar y ningún lugar puede haber mejor que este pueblo, donde hacen fiesta del recuerdo de una juerga que se corrieron las mujeres del lugar con los soldados moros de guarnición en el Alcázar de Segovia, permitiendo así que los hombres conquistasen un castillo con los defensores distraídos.
El caso es que yo, como tenía que conducir de vuelta a Segovia, no podía beber mucho, unas claras. Javi bebía algo más, pero nunca demasiado. Y solo fumábamos Ducados, o sea, que éramos lo que se conoce como unos chicos muy formales. Y además, se nos notaba.
¿Qué ocurrió? Pues que en el baile de Santa Águeda, en Zamarramala, son las mujeres las que escogen pareja y sacan a bailar. Y a Javi y a mí nos rodearon desde el primer momento las chicas buenas del lugar, las más formales, o sea, esas chicas que en una fiesta sabes a la hora que te dejarán plantado para volver a casa porque se hizo tarde según ellas.
Y fueron tantas las zamarriegas que nos echaron el ojo desde el primer momento que no podíamos abrirnos camino hacia el otro extremo del baile, donde bailaban las chicas que realmente nos gustaban, o sea, las que sabían bailar y disfrutar de la fiesta, pero sobre todo que no tenían horario de vuelta a casa.
Javi estaba desesperado, habíamos bailado con ocho o diez chicas, y a eso de las doce, con todo el mundo emparejado en el baile, nosotros dos nos habíamos quedado solos, mirando desde un rincón cómo todo el mundo se morreaba.
Si las abuelas hubieran hecho con los moros lo mismo que las nietas hicieron con nosotros, aquel día se termina la Reconquista y ningún cristiano asalta el Alcázar.

1 comentario:

Anónimo dijo...

¡qué relatos más hermosos y que post más cañero el de Peva! Cada día me sorprendéis con mejores cosas en este blog. No os canséis nunca de escribir, sois realmente buenos.