Ausencia

 
Estrella
Vivía en Gandia con un amigo especial, Bonsi. Una mañana Bonsi salió a comprar pan, había estado lloviendo toda la noche. A su regreso volvió con un perrito. Había que mirarle dos veces al chucho para descubrir el color blanco que se escondía entre las capas de barro que tenía encima.
Me dirigí hacia la cocina para tomar un trozo de chorizo y dárselo al perrito, porque estaba esquelético. Él con mucha ternura empezó a menear la cola y se lo comió de un bocado. En sus ojos observé un gran agradecimiento, lo cual me impulsó a bañarlo para quitarle toda la mugre.
Para asombro mío y de mi amigo, no fue difícil bañarle, pues al meterle en la bañera se quedó como una estatua, dejándose bañar fácilmente. Decidí secarle con el secador de pelo y cepillarlo. Nuevamente quedé impresionada al ver lo calmado que estaba mientras yo lo aseaba.
Y quedé anonadada al descubrir lo blanco de su pelo, que se asemejaba a un copo de nieve. Al mirarle mejor, vi un cierto parecido en la cara con el dragón blanco de la suerte, de La historia interminable, que se llamaba Fújur pero que no recordábamos. Así que por equivocación le pusimos el nombre del niño, Atreyu.
Atreyu fue convirtiéndose día a día en mi mejor amigo, me devolvió la sonrisa y las ilusiones perdidas, me hizo ver que aún podía conseguir sueños dejados atrás.
Poco a poco Atreyu se fue convirtiendo en mi complemento y en mi otra mitad. Yo lo consideraba mi alma gemela, ya que si yo estaba triste, él lo padecía, encogiendo su cabecita, y si estaba alegre yo, lo celebraba dando saltos acrobáticos.
Después de pasar cuatro fabulosos meses juntos, me tocaba retornar a Madrid con mis padres. Y encima, tenía que hablar con mi padre para que me dejara tener a Atre. Mi padre al principio dijo radicalmente que no. Le fui convenciendo poco a poco hasta que terminó cediendo a mis suplicas.
Con el tiempo decidí ir a por todas y me fui en busca de mi sueño, el mar. A día de hoy pienso que la clave me la dio Atre.
Me cambié en tres ocasiones de piso, ya que los alquileres eran caros. Y mi gran error fue que, en el último piso donde estuve, no leí la cláusula del contrato donde decía que no se admitían animales. Cuando me di cuenta, era tarde. La dueña vio a Atre en el piso y me dijo rotundamente que no. No me quedó más opción que mi novio de aquella época se lo llevara a su chalet. Yo iba a verle cada día, ya que estaba inquieta por un perro enorme que tenía él para protegerse de los ladrones. El día de mi santo fui a ver a Atre, y allí estaba atado con una cuerda larga, para que no se peleara con Cobo, que era un perro asesino.
Después de soltarle y pasearle, volvimos a atarlo nuevamente y, a la que me iba, aún hoy recuerdo sus llantos y gemidos.
Aquel recuerdo de sus gemidos me persigue en mis sueños. Al día siguiente me llamó mi suegra muy compungida al teléfono. Me hablaba con voz entrecortada por el llanto, que Cobo había asesinado a mi Atre. Este, al irme yo, había mordido la cuerda hasta romperla. Y fue cuando se soltó y Cobo le cogió por el cuello hasta matarlo.
Al enterarme de la noticia me quedé en estado de shock. Mi novio me dijo que era mejor no verle. Él se encargó de enterrarlo. A mi vuelta a Madrid, fui a su tumba para despedirme de Atreyu.
Aún hoy me siento culpable de su muerte. Y además, murió el día de mi santo, en mi nombre. Quiero pensar que, en el cielo, es una estrella que se ha convertido en mi alma gemela.

No hay comentarios: