Laura

Un día, era a finales del verano e iba tan feliz como siempre, se acercó al huerto a recoger unos tomates, que ya estaban coloraditos. Cuando llegaba al huerto se encontró con unos obreros desconocidos que marcaban el suelo con señales de obra en la curva del camino que rodeaba su finca.
Preguntó a aquella gente qué era lo que pasaba y ellos le contestaron que estaban marcando la nueva carretera y que se iban a llevar por delante gran parte del huerto.
El señor Pablo sufre un gran disgusto:
–¿Pero cómo es posible que me quiten a mí lo único que heredé de mis padres? –pregunta.
–Nosotros sólo somos obreros que hacen lo que les mandan. Usted vaya a protestar a
–¿Y dónde reside esa señora que va a hacerme la puñeta?
–En Ávila –le contestaron los obreros casi riéndose de él– Vaya Vd. a reclamar allí.
Y mientras los obreros vuelven a su tarea, al señor Pablo le va creciendo su gran enfado. Recoge los tomates con los nervios de punta y después, en su casa, comienza a reconcomerle el odio a
Todo esto me lo ha contado Marisa unos años más tarde, tampoco hace tanto. Y Marisa me ha confirmado que el Sr. Pablo se quedó sin huerto, que le pagaron muy poco y que siempre repite el mismo estribillo:
–Aunque me hubieran hecho rico, hoy seguiría odiando a todas las Administraciones. Cuantimás, siendo pobre como soy.
No hay comentarios:
Publicar un comentario