El tiempo presente

 
Conchi
Ese día vimos a un chico y una chica en el parque, haciendo el amor, y le dije a mi amiga: “¡Joder, qué envidia, cómo se lo están pasando! ¡Echando un polvete en el banco!”. Y dijo mi amiga Encarna: “¡Qué dientes se me ponen! No me caben en la boca. ¡Ojalá fuéramos ellos y pudiéramos hacer lo mismo!”.
Eran las dos de la tarde en el parque, después de comer en la residencia, y ellos dos haciendo el amor. Pero cuando nos vieron se cortaron un poco y nos dio pena. Nosotras seguimos p’alante y ellos se quedaron allí, en el banco, como dos tortolitos, sorprendidos de estar tan enamorados.
Cómo se nota que ya llega la primavera. Yo, cuando tenía 10 años, me enamoré de un chico con los ojos azules, fue mi primer amor. Era alto y rubio, su mirada me impactó y el corazón me iba a cien por hora. Aunque no he vuelto a saber nada de él, todavía sigo enamorada. Se fue a México a trabajar y ahora debe de tener unos 50 años. Me gustaría saber dónde está. Pero, en fin, la vida da muchas vueltas, aunque también podría pararse para saber de él.
Mi amiga Encarna también tiene su historia de primavera. Tuvo el accidente cuando era muy joven, en mayo. Su marido iba conduciendo el coche y ella iba en la parte de atrás, dormida. Y ahora dice que los tíos no son nada buenos, porque desde que tuvo el accidente, su marido la abandonó y no quiere saber nada de ella.
Se le partió la médula y tuvo que dejar a los niños con la abuela. Ella no tiene la culpa de estar así. Dice que si no hubiese montado ese día en el coche no le habría pasado nada, pero yo pienso que el destino está marcado. Estuvo mucho tiempo en la UVI y creía que se moría. Y ahora dice: “¡Ojalá me hubiera muerto, porque así no habría dado la lata a mi familia y no habrían tenido que meterme en un centro de estos!”.
Porque Encarna tenía 3 hijos con 24 años de nada. Menos mal que tenía a su madre, que también se llama Encarna, y la cuidaba a los hijos, que sino la pobre los tendría que haber dado en adopción. La verdad, hay algunos tíos que son unos hijos de puta y unos cabrones. Por lo menos, Encarna tiene ahora alguien en quien pensar: en sus hijos y en sus nietos.
Ella sólo puede mover la cabeza. Y mira que yo puedo mover poco, pero la ayudo en lo que puedo. La ayudamos, unas veces mi amigo Víctor, otras yo, porque ella no puede ni darle al botón del ascensor. Para mí es una tía excepcional. Estoy segura de que, si en el accidente le hubiese pasado eso a su marido, ella no le habría abandonado.
Pero estábamos en el parque, y habíamos sorprendido a los críos haciendo sus cosas. A nosotras nos vieron, pero no se enteraban de que había un piso con unas ventanas desde las que estaban mirando. Y al pasar nosotras, unos viejos dijeron: “No hay vergüenza en estos tiempos”. Y mi amiga Encarna y yo nos echamos a reír sigilosamente, muertas de envidia.

No hay comentarios: