Ramón

Desde que Victoriano se quedó solo, comenzó su peripecia por bares y supermercados en busca de alcohol. Cada vez bebía más, aunque nunca tanto que no pudiese continuar trabajando y conduciendo.
Y se fue acostumbrando a llenar el depósito en gasolineras lejos de Segovia, pero la rutina le iba acercando cada vez más, hasta esas tres que tenía más a mano, dos en la salida de Madrid y una en la salida de Cuéllar. Siempre hacía lo mismo, o casi: llenaba el depósito, distraía al gasolinero entrando en el baño, salía y se largaba sin pagar.
Una, dos, tres veces se puede hacer la pirula, pero a Victoriano terminaron por identificarlo en las tres gasolineras.
–A primeros te pago – decía Victoriano al que le había pillado.
La mayoría, si no todos los empleados, conocía la historia de Victoriano, y los más de ellos hacían la vista gorda. Pero hubo alguno que no quería hacer el primo y comenzó a denunciarlo a la guardia civil.
Cuando los guardias comenzaron a visitar la casa de Victoriano y comenzaron a hacer preguntas, a este se le fueron abriendo los ojos, o por mejor decir, el horizonte de su vida o lo que fuera eso que veía cuando miraba hacia arriba desde el pozo en que se encontraba mientras era interrogado.
Las preguntas de los guardias le obligaron a relacionar su soledad con el desorden en su vida. “Tendré que cuidarme un poco si no quiero perderlo todo”, se dijo un día y vació todas las botellas que tenía en la casa en el fregadero de la cocina.
Y desde el día siguiente, comenzó a pagar también la gasolina.
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