Una historia imposible


Mercedes
Había una vez un rey que tenía tres hijas: la mayor era muy lista y estudió Matemáticas. Era un genio de la Topología y daba miedo a los hombres por su sabiduría. La hija del medio también era lista y estudió Químicas. Tenía el mismo problema que la mayor, los hombres se daban cuenta de que sabía más que ellos de todo y no conectaba bien con nadie. La pequeña, sin embargo, era más rebelde y le gustaba la poesía. Siempre estaba rodeada de chicos y se fue a enamorar del jardinero de palacio.
El rey, que no estaba muy tranquilo sobre el futuro de su familia y de su reino, ya solo deseaba verlas casadas. Y prometió que la primera que encontrase marido sería la heredera del reino.
Pero no sabía nada de los amores de la pequeña. Cuando se enteró montó en cólera.
–Insensata, tú quieres acabar con mi vida y con el reino.
–Gonzalo es el hombre de mi vida, ha entrado en mi corazón como un rayo, y para quedarse para siempre.
–¿Pero en qué cabeza cabe que la hija de un rey se enamore de un gañán? Te voy a encerrar en el castillo y no volverás a ver el sol.
–Lo quiero demasiado, jamás renunciaré a su amor. Puedes hacer lo que quieras conmigo, pero nada vas a conseguir.
El caso es que el rey encerró a la infanta en el castillo y la niña se comunicaba con su amor a través de cartas que su criada se encargaba de pasar a uno y a la otra.
Y su amor, en vez de menguar, crecía con estas dificultades.
Cuando las hermanas mayores se enteraron de esta barbaridad, su hermana pequeña prisionera de su propio padre, pidieron audiencia al rey y le cantaron la gallina bien cantada.
–Eres más tonto que el rey Lear, –le soltó la mayor– que mira que era tonto.
–Haces un problema de lo que tiene que ser la solución para ti y para el reino –le dijo la otra.
–Dios mío, ¿en qué me he equivocado? ¿Qué he hecho yo para merecer el castigo de estas hijas tan insensatas?
–En todo, te has equivocado en todo. Antes de poner condiciones para heredarte, tenías que haber consultado con nosotras –dijo la matemática.
–En todo caso, te hubiéramos informado de que no nos interesa el poder ni el trono, sino la ciencia, a nosotras dos. Ahora ya lo sabes. Si no nos casamos es porque no queremos, pero no vamos a disputar el trono a nuestra hermana, mucho más preparada que nosotras para las relaciones humanas y para hacer amigos, que es lo imprescindible para dirigir un reino.
–¿Pero cómo va a reinar la esposa de un jardinero?
–Reinará la hija de un rey –dijo la matemática.
–Y la hija de un rey se enamora de quien merece su amor –dijo la química.
El rey se afloja y habla muy seriamente con la princesa prisionera.
–Mandaré al jardinero a estudiar al extranjero para probar su amor y sus capacidades. Y a ti te exijo más preocupación por los intereses del reino de la que has tenido hasta ahora, y que termines tus estudios.
Ambos aceptan estas condiciones del rey, mucho más razonables.
Y se preparan para sucederle. Y continúan amándose con locura.

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