Isabel
No es por casualidad que conozco a una mujer que se llama como yo, Isabel. Ahora tiene ochenta años y lo sé porque es mi madre, la que me dio la vida. Mi madre era una mujer muy alegre, pero desde que cayó enferma con el Alzheimer yo es que la veo muy triste y pensativa.
Ella era una mujer fuerte y luchadora que siempre cuidó de mí y de mi hermano. Y siempre ha ido muy limpia. Cuando era joven y no estaba enferma, le gustaba maquillarse y pintarse las uñas, se las pintaba muy bien. Decía un tío mío que ya ha muerto que se parecía a Ava Gardner. Pero es que yo tengo una foto en blanco y negro de cuando mi madre era joven y son clavadas, se parecen verdaderamente.
Ahora que está en una residencia de personas que también padecen esta enfermedad del Alzheimer, ella suele ayudar a todos en todo lo que puede. La habitación donde está la comparte con otra señora y no es muy grande. Aunque bien es cierto que es un poco pequeña, a mí me gusta mucho. Y mi madre me dice: “¡Uy, hija, cómo te puede gustar esto!”. A lo que yo la respondo: “Pues mamá, a mí me gusta”.
Mi madre, aunque está enferma, aún reconoce a todo el mundo, incluso a la familia. El otro día mi hermano el policía, el mayor, la trajo a vernos a mi hermano Antonio y a mí. Y estuvo tres días con nosotros y todavía se acordó de mi padre y le trajo cinco gallinas en el maletero.
Yo me parezco mucho a mi madre y eso me enorgullece. Quisiera que nunca le pasara nada malo y que nunca me faltara. Ella sabe cuánto la echo de menos. La vida nos ha dado golpes muy duros, esta es la verdad, pero yo me siento muy unida a ella.
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