Mi elefante


Rosa
Yo sueño más despierta que dormida. En la penumbra, aparcada mi silla en medio del vestíbulo –me dicen que sonrío y lloro a veces– me voy con mi elefante a la selva.
El elefante que sueño, que es rosa y muy tierno, grande y pacífico como un lago, suele estar muy triste porque le gusta la compañía. Los suyos no le hacen mucho caso porque es feo.
Un elefante rosa en medio de una manada de serios y grandotes elefantes pardos es un poco ridículo y por eso él se aparta y come solo por ahí.
Un día soñé que tenía que arreglar esto y, en vez de irme sola a la selva, me fui con una excursión de niños. Encontramos al elefante rosa al borde de la depresión, de tan solo como se sentía. Pero fue vernos y se puso a dar saltos de alegría. Era graciosísimo, lo veías saltar y no te lo podías creer.
El elefante ya no podía separarse de nosotros. ¿Qué pasó? Que la excursión era una excursión de colegio y yo tenía que devolver por la tarde a los niños a sus casas si no quería tener problemas con los padres.
Pero el elefante se negaba a quedarse solo. Decía que nosotros éramos su manada, todos tan diferentes, y quería que le prestásemos un jersey y unos pantalones vaqueros para ponerse bonito. Pero, como era una excursión para un día, no llevábamos ropa de repuesto.
¿Qué hacer, entonces? No le podíamos dejar solo allí, sus lágrimas estaban inundando la selva. Lo subimos al autobús y lo vestimos en el Corte Inglés de El Bercial para no escandalizar y le buscamos habitación en Trabenco, en el colegio, de guarda, que así estaría acompañado todo el día por los niños y tranquilo durante la noche.
Y yo, por supuesto, para soñar con mi elefante rosa, ya no tendría que darme esas palizas yendo hasta la selva. Ahora sería mi vecino. Quedó contento mi elefante con el cambio y yo también. Además, en la selva hay muchos leones y otros animales con púas que hacen los sueños muy incómodos.
Y mi elefante, si echa de menos a los suyos, que yo sé lo que es eso, podrá visitarlos cuando quiera. No tiene más que coger el autobús.

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