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SOSPECHA

Desde niño me he sentido distinto. Una sensación que ha ido aumentando con los años, alcanzando su punto álgido ahora, en la adolescencia. Es como si una parte de mí repitiera, insistente, que yo pertenecía otro lugar, un lugar muy lejano. Pero el temor de dañar a las maravillosas personas que forman mi familia, los que, con tanto amor, me han criado, me ha impedido siempre plantear la cuestión abiertamente en casa. Por otro lado, siempre puede uno estar equivocado; “herrare humanum est”, decían los clásicos. Y de todos es conocido que a los adolescentes nos cuesta encontrar nuestro sitio en el mundo.
Pero ayer ocurrió algo que convirtió mis sospechas en certezas.
Fue al salir de casa. En el patio tropecé con un apretado corro de mujeres. Eran vecinas escuchando absortas la arenga de la portera, reputada cotilla.
-… que es adoptado… no se parecen en nada -decía.
Con una discreta tosecilla hice notar mi presencia, y la mujer, descubierta, se puso a disimular, mirando el techo. Sus seguidoras la imitaron.
Al marcharme, noté aquellos ojos clavándose en mi espalda.
”No se parecen en nada”, había dicho aquella bruja. Y no le falta razón.
Soy completamente distinto a mis padres,… y a ella,… y a todos. Pues sólo yo al situarme ante un espejo, encuentro mirándome a una personita verde y con antenas. FIN

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